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Paco Elvira In memoriam

La muerte es siempre intempestiva y nunca esperada. Aparece, como de repente. Puede venir acompañada de un golpe de mar, de un impulso súbito de viento, de un resbalón o de un desvanecimiento súbito. Pero llega, así, como sin estar invitada.

En ocasiones la muerte se ancla al destino de alguien joven; las más de las veces se adosa, como una lapa invisible, a los adultos y aquellos que se aproximan ya a la senectud. En todos los casos, para los demás, la muerte es mal recibida.

Hay muertes y muertes. La anunciada, la que va destilando el maléfico elixir del destino, duele mucho, pero parece que se asimila mejor. Es como si el cuerpo, la mente y el corazón, tuviesen la oportunidad de ir haciéndose a la idea de su llegada. Así, la muerte, aunque intempestiva, aparecerá como una vieja invitada a la que se le ha puesto rostro. Ha dado tiempo a escenificar mentalmente el diálogo con ella…y casi a aceptarla.

Pero cuando una muerte te pilla a volapié, como al torero embestido por la locomotora de carne y músculo en la plaza, te deja frío. Al principio te debates entre la incredulidad y el desasosiego de la difícil asimilación de la noticia. Luego, a pesar del tiempo, no dejas de pensar en todo aquello que no hiciste, aquello que no dijiste, y esas cosas que quedaron sin explicar lo suficiente.

Quien muere, independientemente de sus creencias, se queda frío, detiene su pensamiento y el tiempo se aposenta, como una losa en una fecha…la de su muerte. Quien sobrevive, empieza a vivir la vida posterior a ese fallecimiento. Ha sobrevivido y la cercana muerte le ha cambiado el marco referencial de sus explicaciones. Todo se hace más relativo si cabe. El que sobrevive, debe seguir siendo a pesar del no ser del desaparecido. Éste, a su vez, se convierte en el ausente y el peso de su imagen, conforme lo vimos la última vez, seguirá pesando de forma casi imperecedera en nuestra mente.

La muerte es una suerte de estadio que juega un extraño papel a modo de puente entre el presente y el pasado. Pero hoy, ese puente es aún más nítido. Internet, con su huella imborrable nos sigue recordando año tras año el cumpleaños del amigo que se fue…y si tecleamos su nombre en el ordenador podremos encontrar las fotos de ayer con la misma frescura con la que se hicieron hace tiempo. La inmortalidad, decía Baroja, consiste en que te recuerden los demás. Hoy la inmortalidad es Internet. Una nube extraña en la que deambulan, a modo de limbo, purgatorio, cielo o infierno, millones de seres que ya no son…pero que fueron.

El cuerpo cae. Lívido, se asienta en la tierra y ésta o el fuego lo recibe con fruición. Los demás miramos cómo desaparece o se consume; imaginamos quimeras y viajes imposibles, ufanos, sin comprender que lo que fue, seguirá siendo cada día en nuestro recuerdo y que ese recuerdo es la esencia en sí mismo de la inmortalidad de aquél a quien perdimos.

Hoy me he asomado, tras mucho meditar, de nuevo a mi ventana. Paco nos enseño a muchos que el Universo discurría a sus pies y que se podían tomar hermosas e incluso comprometidas y comprometedoras fotografías desde ella. Mi ventana tiene dos ángulos.

A uno lo defino como el de la vida pues a su través ocurren las cosas que Paco nos enseñó a ver, vívidas, dinámicas, algunas esquivas: amaneceres, sucesiones de vehículos, rayos de luz imposibles, lluvias torrenciales, niños que juegan, amantes que se besan de modo furtivo…

(C)Czuko Williams 2013

Al otro lo defino como el de la muerte. Es un rincón más oscuro, tal vez más íntimo. Estático, casi monocromo incluso en su gama de colores. El sol difícilmente lo hiere nunca y en él no pasa nada realmente intenso. Sólo el tiempo y su pesado pasar. No suelo mirar mucho hacia ese ángulo…quizás porque guardo en él el recuerdo ya de demasiadas personas que se fueron. Pero ¿qué es la vida sino más que ese continuo conocer y desconocer gente?

(C)Czuko Williams 2013

Hoy he detenido mi mirada en ese ángulo, de nuevo. Pensé en lo que pensaría Paco si le hubiese escrito para contarle que, hoy tampoco, pasaba nada extraño en ese patio tranquilo. He enfocado la cámara tratando con delicadeza de buscar una diagonal que sirviese de eje a la mirada…y me he perdido en el infinito del fondo de la imagen pensando en lo afortunados que somos por tener en Internet a un Paco eterno…que no termina.

Paco Elvira, fotoperidista…pero por encima de todo un ser humano. In memoriam

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