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Calafatear las naves del fotoperiodismo

Tiempos de sorpresa e incertidumbre

(C) Czuko Williams/Demotix. All rights reserved

“Esperemos que a los constructores del nuevo universo periodístico 3.0 no se les haya olvidado calafatear bien las naves antes de lanzarlas a la mar”

En tiempos en los que empiezan a menudear los “refugios para el fotoperiodismo” y otras apuestas, aparentemente definitivas, para el “periodismo 3.0” y ese nuevo fenómeno mediático denominado “periodismo ciudadano”, todo parece posible.

Con la mirada puesta en las grandes revistas ilustradas de los “felices” años 30 del siglo pasado y en el asociacionismo corporativista de agencias como Magnum, los fotoperiodistas escondemos, a regañadientes, una evidencia que lastra y duele: las cosas han cambiado definitivamente.

No es que el espacio que se nos perfila sea peor, sencillamente es diferente. Todos, acuciados por las facturas y los pagos pendientes, hemos pensado en alguna ocasión en soluciones alternativas. La mayor parte de las veces, con mucha inocencia, nos antojamos en tildar a las “nuevas” soluciones de adjetivos bien buscados que nos permitan hacer ver a propios y extraños la necesidad de “mantener la esencia del fotoperiodismo” y la “libertad del fotógrafo” soltando amarras del sistema.

“…una evidencia que lastra y duele: las cosas han cambiado definitivamente”

A veces se nos olvida, también, que durante años (en ocasiones de forma muy inconsciente) nos hemos dado de cabezazos para entrar en ese sistema. Incluso, muchos, hemos participado de él para luego renegar y salir pies en polvorosa echando pestes y maldiciones de ese mismo sistema al que hemos contribuido. Pero es todo un error. Un error casi balístico, de cálculo; un error de bulto basado, principalmente, en la ignorancia. Ignorancia asociada al desconocimiento de los mínimos rudimentos de economía, de estudios de mercado, de posicionamiento. No es inexperiencia, aunque preferimos llamarlo así para no tener que asumir el bochorno de reconocernos ignorantes o legos en la materia. Ninguno de nosotros lo somos. Jamás somos demasiado jóvenes o demasiado inexpertos. Eso, si se da, sólo lo comprendemos cuando zozobramos o cuando llegamos al remanso de la madurez de nuestras vidas.

La “nueva” esencia del fotoperiodismo –intuyo que como la del propio periodismo- no consiste solo en crear espacios más dignos, más democráticos o más coherentes con determinada filosofía de vida o enfoque vital. No, no nos engañemos. La “nueva” esencia del fotoperiodismo no es otra que la “vieja” esencia de la necesidad mercantilista de vender nuestro trabajo. Vender para comer. Vender para tener visibilidad. Tener visibilidad para ser reconocido. Ser reconocido para vender, y de nuevo, vender para comer.

Tiempo de gritar "NO". Czuko Williams/Corbis. All rights reserved

La parábola de Los años que nos subvencionaron locamente: el “champiñón trampa”

En los años boyantes de las ayudas financieras de la Unión Europea para proyectos culturales, recuerdo que en mi etapa universitaria, denominábamos “proyectos trampa” a aquellos que se amparaban en las “palabras clave” del momento. En esencia, la picardía, consistía en alcanzar la financiación deseada…y si para ello había que “decorar” los proyectos con los trending topic del momento (desarrollo turístico, eco-parque, sostenible, creador de empleo…) pues se hacía. La esencia del Proyecto no cambiaba. En definitiva el investigador principal pedía el mismo proyecto de siempre, para ejecutarlo en el mismo lugar y con la misma gente (como decía la vieja canción) y lo aderezaba de aquello que, como me confesó una vez un catedrático, “el evaluador quería leer”.

“Pero es todo un error. Un error casi balístico, de cálculo; un error de bulto basado, principalmente, en la ignorancia. Ignorancia asociada al desconocimiento de los mínimos rudimentos de economía, de estudios de mercado, de posicionamiento”

El escenario del “nuevo fotoperiodismo” es muy parecido. Partimos de un desangelado marco de crisis en el que lo que faltan no son las ideas o las iniciativas -que las hay y muy buenas-, sino la liquidez. Esta ausencia de liquidez ha puesto en la calle –como en los “gloriosos” años treinta- a mucha gente que ha visto en la cámara no sólo una forma de contar “su” visión de la realidad, sino también un modo de buscarse la vida. Y, como ocurre siempre, hemos buscado en el ayer los modelos de éxito. Lo hemos hecho con la sana creencia de que si entonces funcionaron, por qué no deberían hacerlo ahora otra vez. Olvidamos que ayer eran sólo unas docenas aquellos que poseían una cámara fotográfica. Eran los tiempos mágicos argénticos. Hoy hay millones de cámaras y smartphones circulando; la imagen se ha consolidado como un elemento de expresión y poder (también de manipulación); el mercado ha cambiado y nosotros, por error a mi entender, nos seguimos manifestando a través de viejas fórmulas visuales. Ha cambiado el marco de referencia y pocos de nosotros se han reciclado y han cambiado con él. No se trata sólo de hacer un producto bueno. Se trata de hacerlo perdurable, vendible, exitoso, porque guste o no, el éxito se debe al mercado y a sus leyes.

Pero también hay otras formas de afrontar la nueva realidad. Poca gente está ahondando en ellas, pero eso no indica que no existan. Retomar los viejos formatos implica detenerse a pensar por qué han dejado de ser válidos. Eso requiere algo más que buenas fotos, buenos textos y buena voluntad. Obliga a realizar un estudio exhaustivo del mercado...o salir de él. Romper el molde, soltar las riendas que nos atan al sistema y asumir que necesitamos nuevas vías, que tenemos la posibilidad de explorar nuevas rutas.

Tras el rocío de las primaveras –árabes y ciudadanas- y como suele suceder tras las húmedas noches de Septiembre, empezaron los champiñones a crecer…e inundaron nuestras calles. En esencia, esto es bueno, muy bueno incluso, pero siguiendo el símil campestre, no todos los champiñones son agáricos; detrás de los corros de setas, a veces, se encuentran algunos hongos alucinógenos o venenosos. En nuestro caso la alucinación deriva de la ignorancia y el veneno de la mediocridad. Dos compuestos que por separado tienen efectos perniciosos, pero no letales, pero que cuando se combinan, son capaces de fulminar a una vaca de golpe. Hay pues que ser cauto y saber separar el grano de la paja.

Entristece ver buenas ideas fotoperiodísticas que nacen cargadas de belleza y buena intención pero sin el menor estudio financiero. Algunos piensan que poner en marcha un negocio, aunque sea de fotoperiodismo o editorial, consiste en sacar un producto a la calle y esperar a que triunfe. La filosofía no es mala. A veces, incluso, funciona. Pero si en este modelo, ignorante del estudio de mercado y del posicionamiento, añadimos que la fuerza bruta –en esencia el motor generador de producto- es el trabajo gratuito o la financiación solidaria de compañeros, amigos e incautos, el caos y el fracaso están al acecho. Incluso aún así…el producto puede funcionar, pero no para bien de todos, claro está.

Pensar que lograremos el éxito, amparados en el crowfounding y en los microaportes –que están en trance de llegar a una vía muerta debido a los abusos que ha habido, por cierto- y sobre todo en el aporte laboral –y gratuito- de amigos, compañeros y colegas, es un error. Puede funcionar una vez, quizás dos, pero nada garantiza que el modelo –novedoso la primera vez- vaya a funcionar siempre, sobre todo, cuando deje de ser tan novedoso y todo el mundo lo copie tratando de alcanzar el mismo éxito.

Si la ignorancia, además, se basa en la mediocridad o la prepotencia, el drama está servido. Recuerdo algún crowfounding en el que participé, ciertamente emocionado, y cuya emoción duró lo mismo que tardó en materializarse el proyecto definitivo. Mucha red social, mucho bombo y platillo y luego, el producto final, digámoslo con educación, era poco menos que de calidad ínfima. Esas cosas, el crowfounder no las olvida ni las perdona. La famosa receta de la ensalada de patatas que consiguió miles de dólares hace unas semanas ha demostrado que detrás del mundo 3.0 también puede haber tomaduras de pelo y estafas 3.0 de gran calado. Que algo se nos presente como “colaborativo”, ciertamente “renovador” y sobre todo “puro”, ya no es garantía de éxito ni, sobre todo, sinónimo de calidad –y mucho menos de “pureza”-. No olvidemos que las cosas, definitivamente, han cambiado.

A pesar de todo, en el fotoperiodismo, como en tantas facetas de la vida, está prohibido rendirse.

Czuko Williams/Corbis. All Rights reserved

Pero no nos desviemos del tema. Regresemos al silvestre campo de champiñones. En vez de lanzarnos como locos a recolectar, hagamos una vista aérea del lugar. Analicemos con calma los hongos que se nos muestran como paladines de la pureza, como regreso a la esencia, como única vía de escape a la mediocridad mundana. Estudiemos sus eslóganes, destripemos sus entresijos y leamos su publicidad. Después, analicemos su calidad y sobre todo, su estructura financiera. ¿Qué hay detrás de su bonito logo, de su nombre rimbombante o de su más o menos atractivo website?. ¿Suena bien su música o, por el contrario, hay como una onda portadora acoplada que hace que el sonido no sea todo lo claro, todo lo puro, que parece?

“Si la ignorancia, además, se basa en la mediocridad o la prepotencia, el drama está servido”

El problema hoy no es sólo que haya mucha mediocridad, mala praxis y una importante dosis de basura en el mercado establecido. El problema es que muchas de las soluciones que nacen lo hacen bajo el paraguas de la ignorancia del mercado real y con más dosis de gónadas y amor propio que de cordura financiera y, nos guste o no, una revista, una agencia o un periódico, no dejan de ser una empresa, y como tal, necesitan estudio de mercado, posicionamiento, financiación y sobre todo un modelo empresarial. Si además este modelo empresarial tiene el formato ya clásico del “win-win” fantástico, porque ya conocemos bastantes modelos de ganancias unilaterales que enriquecen, dan fama y esplendor sólo a algunos –generalmente los inventores del chiringuito-, pero a costa del trabajo del “colectivo” comprometido (y a veces auto-engañado)

¿Eliminar a los intermediarios?, ¿retomar el control de nuestro trabajo?, ¿abrir nuevos mercados?, ¿publicar desde el compromiso?. Es todo fantástico. Hay que seguir luchando por ello. Eso ya lo inventaron en 1947 Robert Capa, David Seymour "Chim", Henri Cartier-Bresson, George Rodger y Bill Vandivert cuando dieron la primera bocanada de aire a Magnum. La fórmula funcionó entonces. Podría volver a funcionar, pero antes deberíamos preguntarnos, ¿por qué ha dejado de funcionar? (si es que lo ha hecho).

Por lo demás, suerte a los nuevos navegantes. No faltan entre las nuevas naves algunas iniciativas de enorme calidad, llena de buenos fotoperiodistas y con trabajos magníficos que los avala. Pero no todo el monte es orégano. La multiplicación de opciones y empresas (agencias, revistas, periódicos…) muy parecidas, a veces, tiene la perniciosa costumbre de dar al traste con lo que tiene mayor calidad, siempre en detrimento de lo que está mejor posicionado.

Esperemos que a los constructores del nuevo universo periodístico 3.0 no se les haya olvidado calafatear bien las naves antes de lanzarlas a la mar, no vaya a ser que “a la final volquemos” como decía una alicantina amiga mía.


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