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13M: Estado policial

12 de Mayo de 2012. A las 22:40 la Puerta del Sol y sus aledaños son un hervidero de gente. La plaza está abarrotada y se respira un clima festivo y en cierto modo victorioso. La convocatoria previa al aniversario del 15M ha sido -está siendo- un éxito.

En la distancia, estratégicamente situados en algunas bocacalles y sobre todo frente al mítico kilómetro 0, sede actual de la Presidencia de la Comunidad de Madrid, se avistan furgones policiales de la Unidad de Intervención. No deja de ser un eufemismo el regreso a casa -lo que fue sede de la temida Dirección General de Seguridad- de los efectivos policiales cada vez que se realizan celebraciones en la Plaza. Hoy hay orden de desalojar; quedan poco más de veinte minutos.

Una fuente del Cuerpo Nacional de Policía nos había confirmado horas antes que dos extremos estaban claros: no se iba a desalojar a las 22:00, como había señalado la Delegación de Gobierno y en caso de desalojo, se emplearía la menor contundencia y a ser posible se evitarían las cargas y el uso de las defensas. Esta lacónica confidencia ponía los pelos de punta: estaba previsto por tanto el desalojo, aunque no fuese a las 22:00. Esta misma fuente ni confirmaba ni desmentía, pero lacónicamente señalaba que la plaza estaría limpia al amanecer del día 13 y que en el fondo a las 05:00 de la mañana no habría ya casi nadie. El fotoperiodista Nacho Guadaño, unas horas después, nos confirmaría estas mismas declaraciones procedentes de otra fuente.

En el jolgorio la violencia no era tema que asomase más que en curiosos gestos individuales y en algún comentario fuera de lugar o tono que, curiosamente, rápidamente era contestado y calmado por la masa ordenada de “indignados”

La noche, festiva por los cuatro costados, desemboca en calma cuando el reloj deja caer sus manecillas sobre las 12. Han pasado dos horas y la amenaza no se ha cumplido. En la plaza hay una única tienda “Qechua” que desafía por igual la ley de la gravedad y el gesto, también grave, de los antidisturbios que la contemplan.

Siguen llegando charangas y la velada se asemeja a una magnífica y endiablada non stop machine. “Dejad paso, que ha llegado la rave” comentan algunos participantes de la última organización musical que desde carretas alcanza la plaza principal del foro. Mientras, la Asamblea ininterrumpida da paso a todo tipo de contertulios. Algunos tan variopintos como exaltados, pero esos, en ningún caso pertenecen al movimiento 15M, ni responden a otro discurso más que al propio de su demencia. La democracia tiene esto, también deja hablar -y a veces hasta llegar al poder- a los locos.

El mejor Alcalde de Madrid hace horas que luce una banderola amarilla y bajo las patas de su potro, suspendidas en el tiempo, descansa el anhelo de la sociedad en forma de gigante euro.

Continuamente se alternan en la escena horizontal de los pequeños grupos congregados, la vertical pizpireta de ciudadanos hindúes y asiáticos -en su mayor parte chinos- que, desconocedores del calendario gregoriano, han decidido que esta noche de Mayo puede ser un buen Agosto. La abarrotadas papeleras dan fe de que algo de razón llevan estos ciudadanos del mundo.

Se agradecería, en la próxima edición, que algún estudiante de económicas o sociología solicitase una beca para hacer un estudio del número de latas de cerveza y refresco que estos buhos del comercio han conseguido colocar. Con ese dato y el euro de coste de cada lata, el cálculo aproximativo de lo que mueve la economía sumergida sería el deleite de los más orgullosos analistas. España es así.

Los grupos de chavales y chavalas, los talludos y talludas y el variopinto arsenal de ideas que campa acostado sobre cartones, mantas, o directamente recostado en el suelo, pasan la noche en debates o simplemente emulando los más logrados momentos de aquél viejo Mayo francés en los que todo era posible.

Pero ni Sol es el mundo de Nunca-jamás ni esta crónica podía ser un idílico paseo por la civilizada escena asamblearia. La confidencia policial se confirma y, sin que media altercado o incidente alguno, los mismos policías apostados frente a la sede del gobierno madrileño empiezan su funesta danza. El ritual es siempre el mismo: un mando recorre los grupos de policías y, con algo más de ánimo, reparten instrucciones. Los gestos son inequívocos, es el lenguaje secreto de la guerra. La contra-lucha enamorada de la dialéctica del poder. La línea policial se recompone. Los agentes bajan, disciplinados, las mangas de sus camisas. Otro curioso eufemismo que resultaría gracioso si no se estuviese mascando la tensión de la tragedia: el nuevo signo de acción no consiste en subirse matonilmente las magnas...sino en bajarlas.

Los agentes recogen sus casos protectores. Los mandos multiplican su actividad. Nos da tiempo, ávidos a la lectura secreta de los signos, a tuitear la mala nueva: la policía se prepara para cargar. Nos piden confirmación...pero la acción se precipita. Los furgones aparecen de la nada y un torrente azúl, un tsunami de agentes se lanzan en formato rodillo, sobre las gentes reunidas en asamblea.

Ha dado tiempo a cambiar las lentes. Un cuerpo con el 35 mm., el otro con un zoom 17-55 mm. Un cuerpo con flash y el otro con la ISO plena. La tensión aumenta. La ciudadanía se arremolina bajo los pies del que fuese su mejor alcalde cientos de años atrás, cual si de una divinidad protectora se tratase. La estatua no deja de ser estatua y además consentidora. La marea azul arrolla, pisa, empuja, chilla, agarra con zarpa fiera e intimida. El gesto pacífico de la ciudadanía contrasta con el fiero gesto de esa masa de carne uniformada. Nos resulta imposible no pensar que aquellos cuerpos tendrán hijos, hijas, e incluso soñarán un futuro para ellos y sus seres queridos; pero los sueños, como dijo Calderón...sueños son.

Aquí termina el pacifismo. La orden es clara. Dividir, arrollar, desalojar, vencer. Los “indignados” son arrastrados uno a uno por el cuello, simplemente arrastrados o en el caso de la prensa, vilmente empujados. No hay distinciones. Esta noche no. El pacto entre la Asociación de informadores gráficos de prensa y la Delegación de Gobierno para respetar la labor de los periodistas acreditados, pese a ser invocada por doquier, sencillamente no se cumple. Se deja trabajar y se empuja. Se suelta algún manotazo y sobre todo, como era de esperar, se impide el trabajo de los reporteros.

Una masa azul colocada estratégicamente frente al objetivo. Una mano no inocente que tapa la cámara y sobre todo una meditada estrategia de aislamiento en bloques que no solo divide a los manifestantes sino que nos sitúa a los fotógrafos lejos, muy lejos de la escena. Las luces largas de las furgonetas policiales hábilmente enfocadas hacia los objetivos tratan de dificultar la obtención de imágenes...la locura de sirenas vuelve locos a los infrarojos y la inflexibilidad policial convierte en tediosa y sofocante la labor del informador. Pedro Armestre busca una alternativa, Gabriel Pecot trata de obtener explicaciones ante tanto atropello y los demás refunfuñamos al tiempo que tratamos de obtener las imágenes precisas. Personalmente hemos visto volar sobre la policía únicamente una botella de plástico con agua y una botella de vidrio en la Calle del Carmen. Se desata la euforia de la máquina policial. Continúan las detenciones.

Cuando tratamos de fotografiar al chaval, el mismo policía que le ha bajado los pantalones durante la detención y que le mantiene con la barriga descubierta sobre los adoquines, nos espeta un lacónico “eh, que tiene derecho a su imagen y a su dignidad”. A uno le daría por desternillarse de la risa si todo esto derroche de inteligencia no resultase demasiado obsceno.

Se multiplican las identificaciones. La policía ha organizado un sistema de aislamiento similar al que los lobos emplean para cazar a las timoratas ovejas. Uno a uno los “indignados” y los chicos de la prensa aislados en el primer cordón, pasan por la barrera de indentificaciones. Se nos ocurre que si estos fornidos muchachotes pidiesen además de la filiación el número de teléfono y el correo electrónico, el Ministerio del Interior podría luego revender los datos a terceras empresas y tal vez eso nos sacase de la crisis, pero mejor no dar ideas que no se le hayan ocurrido a la magnífica mente pensante que se esconde detrás de todo este operativo, que no es otra que la cabeza del Comisario Eugenio Pino, durante años Jefe de la UIP, desubicado tras la desastrosa intervención del “piso de Leganés” durante las luctuosas fechas del 11M del 2004.

Más allá de las 06:30 de la mañana, cuando la fiesta de los furgones parece languidecer, a alguna mente preclara del “operativo” se le ocurre ir a meter bulla hacia la Gran Vía. Los agentes corren, disciplinados como la Legio VII romana hacia la arteria principal madrileña. Allí el climax de la estupidez alcanza sus cotas más altas. Carreras para un lado, carreras para otro, algún que otro palo sistemáticamente repartido a hurtadillas -bien es cierto que el uso de las defensas nos fue tan contundente ni vistoso como en otras ocasiones-. Nuevas detenciones; alguna de chavales y chavalas que pasaban por allí. No vale discutir. Esta noche no.

El colmo de la estupidez llega con el puñetazo propinado por un descerebrado y brabucón agente de policía, como tantos perfectamente indocumentado, a Javier Bauluz...nuestro único Premio Pulitzer español; éste periodista ha acudido junto a su hijo a documentar la manifestación y por desgracia sacó el boleto premiado de la infamia. Un golpecito de recuerdo que te llevas para Asturias; por fortuna con regalo de la imagen de la agresión tomada por Gabi Pecot (http://gabrielpecot.photoshelter.com/image/I0000YjJk61Wl65o) pero con el desconsuelo de no entender que a uno, por estar allí, ya le pueden partir la cara sin mayores explicaciones.

El espectáculo decae. El alba tiñe de azules el cielo y se refleja en las calles de la ciudad. Algunos fotógrafos comentamos la jugada, apuramos los disparos y junto a Javier Bauluz y su chaval bajamos hasta Sol para ver qué se cuece. La plaza está desierta y aún tomada por la policía. Algunos “indignados” resignados regresan con sus bártulos. El día despunta y la acción debe continuar...pero esa será ya otra historia. Como glosaba el cantautor Ismael Serrano...”tiene que llover, tiene que llover, tiene que llover, que aún está sucia la Plaza”.

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