El fotoperiodismo ha muerto - Photojournalism has died
¡Lo que da de si contemplar dos simples cámaras analógicas sometidas a la tortura infame del fuego!.
Muchas voces dentro del gremio se han levantado desde hace un tiempo para debatir en torno a un fenómeno peculiar que se ha venido etiquetando como periodismo ciudadano. Dentro de esta vertiente peculiar del acceso rápido a la información, la fotografía ha sido una de las técnicas que más se ha prestado a la crítica.
La multiplicación de las cámaras digitales y la popularización de su acceso para el público amateur ha supuesto para algunos profesionales del sector una amenaza, mientras que las grandes firmas editoriales han visto en esta "democratización" de la imagen una inagotable fuente de acceso a imágenes a precios irrisorios cuando no directamente de forma gratuita. El foto-periodismo, que como glosó Pepe Baeza en la obra fundamental "por una función crítica de la fotografía de prensa", amenaza crisis desde hace varias décadas, se ha resentido de esta convulsa novedad. El amateur ha visto en el acceso sencillo a cámaras de formato semi-profesional y en la voraz querencia de los editores gráficos un filón capaz de colmar el ansiado deseo de ver su nombre acompañando una imagen de prensa, sea esta escrita o sencillamente dentro de la "nube".
Sin entrar en disquisiciones inútiles, se puede zanjar señalando que ni el foto-periodismo está en crisis ni el acceso gratuito a las imágenes es la solución. Estamos en tiempos de evolución. La fotografía de prensa ni entra en crisis ni desaparece, sencillamente está necesitada de cambios. Lo importante es que estos cambios no los marque la industria editorial -en esencia su consumidora- sino los propios fotógrafos.
Es la industria editorial y en especial la industria periodística la que se encuentra en crisis. El modelo actual está prácticamente agotado y más que nunca, la prensa escrita, se demuestra menos versátil y también menos rentable. No se trata de plantear, de nuevo, el viejo dilema de lo analógico (incluiremos por capricho en este concepto también la edición de imprenta) versus lo digital; este diálogo también está agotado y no se trata de volver a resucitar viejos contenciosos superados. La nostalgia de lo impreso podrá convivir un tiempo -más o menos prolongado- con el producto digital, pero sería de ignorantes minimizar la realidad que hoy supone internet.
Es precisamente la nube el espacio que mayor capacidad de democratización ha regalado a la humanidad. La magia de internet ha facilitado el flujo de informaciones y, dentro del imparable proceso globalizador, ha multiplicado de forma esponencial las posibilidades de negocio en prácticamente cualquier área, incluidas las actividades ilícitas. Pero, como de costumbre, lo positivo, lo divino, lo magnífico, tiene su reverso vil, demoniaco, espeluznante. La democratización del acceso a la red de redes ha facilitado que el ser humano -sea cual sea su condición- genere millones de terabites de aquello que más le gusta generar: basura.
Hoy en día la nube es un inmenso cajón de sastre en el que campan en igualdad de condiciones joyas literarias del renacimiento, imágenes fantásticas de los grandes maestros de la pintura y la fotografía y bazofia de lo más zafio y repugnante, a veces incluso disfrazada de información. La multiplicación de los sistemas de tratamiento de imágenes y la facilidad de suplantar, retocar, camuflar o sencillamente falsificar que ofrecen internet y sus aliados cibernéticos en forma de aplicaciones informáticas, ha derivado en grandes fiascos asociados a certámenes de fotografía, literarios y lo que es peor, a la generalización ad infinitum de fakes y elementos de contrainformación que serían del gusto de los más rancios espías de las novelas.
El fotoperiodismo está enfermo de la propia enfermedad de la nube. Pero su mayor enfermedad reside en los propios usuarios del sistema; éste, en esencia, sin la intervención humana, podría ser aséptico, pero desgraciadamente esto no es así. La red esconde millones de fotografías. El más amateur de los amateur trata de colgarlas en flicker, en photoshelter o en cualquier otro espacio que le permita multiplicar su visibilidad. esto es lícito. Pero es que, además, es impensable negar,en puridad, el apellido de "freelance" a cualquiera que porte una cámara y desee emplear su tiempo en la caza de foto-noticias. Algunos se indigarán ante esta afirmación y hablarán de códigos deontológicos, del pago de los trimestrales de IVA, de intrusismo...y aunque en parte no les falte razón, cabría señalarles una mera retrospectiva de sus vidas e invitarles a mirar hacia sus comienzos, seguramente poco alejados de los inicios de esta otra legión que ahora les da tanto pavor.
Pero, aunque cualquier aficionado a la fotografía con el mero deseo de vender su obra gráfica a la prensa escrita o digital pudiera denominarse foto-periodista por poco que pueda gustar, lo cierto es que, como en la nube, no es oro todo lo que reluce. También en el campo de la fotografía hay un enorme porcentaje de individuos ávidos de la acción y con pocas luces para concebir una historia sólida que salen a cazar, literalmente, lo que sea, soñando incluso con lo felices que les haría la caída de un Airbus 300 en plena Gran Vía madrileña con tal que les pillase con la máquina en la mano. Para suerte del universo -y de los madrileños- ni los aviones se suelen caer con tanta facilidad sobre las grandes ciudades, ni estos inconscientes forman la masa global de los aspirantes a los laureles del fotógrafo de prensa. Vale que puedan ser molestos y que generen tanto ruido que algunos piensen en la bendición de una suerte de Herodes de la fotografía, pero hay que rendirse a la certeza de que estos pocos, a los que además se ve de lejos, se eliminan a sí mismos. Esta purga autoinflingida suele ser además rápida; el amateur ávido se suele descorazonar rápido ante la ausencia de guerras cercanas a las que sea fácil acceder y sobre todo se rinden a lo reacios que se muestran los grandes aviones por estrellarse a placer del fotógrafo.
Hay que cambiar el enfoque. Incluso de los más molestos se aprende algo. No consiste en cerrar filas ante el novato. Nosotros también lo fuimos un día...muchos aún lo somos...pero lo cierto es que merece la pena estudiar con detenimiento el trabajo de los noveles pues en él se descubren brillos de juventud (aunque algunos noveles pinten canas), son fuente inagotable de ideas y además, en muchos casos son el revulsivo más eficaz contra el peor mal del fotógrafo de prensa: el hastío yel encasillamiento.
El fotoperiodismo ha muerto...¡viva el fotoperiodismo!