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A cubierto - Cover me

No nieva, no llueve, el invierno -salvo una semana- parece una primavera tonta y el mundo está para darle una vuelta (antes de que se queme). Y en toda esta vorágine, en España, hay un empeño en que no pasa nada. Algunos lo llaman esperanza, otros optimismo, pero a unos pocos empieza a escamarles ya tanta farándula de sainete, tanto ir sin ir a ninguna parte y tanto hacer sin hacer nada y dejando que se hagan las cosas solas, o peor aún, que las hagan aquellos que sólo esperan sacar (seguir sacando) beneficio de ello.

Sale lo mejor de la España profunda cuando nos tocan el orgullo patrio. Respondemos con rapidez a los lamentables guiñoles gabachos y la picaresca hispana se cuela en los mentideros de medio mundo; un juez presuntamente malo, pero que juzga lo que nadie quería juzgar, es condenado por el aparato judicial mientras sus verdugos, presuntos corruptos, mandantes, amigantes y golfantes, se van de rositas -merced a un jurado popular- e incluso lo celebran riéndose en la cara de la Academia con una variopinta y pizpireta tesis doctoral ¿escrita? y leída por uno de los presuntos golfantes. Y España, se ríe...no, peor, se descojona. Como si estuviese el patio para reirse mucho. Todo nos recuerda a la cuchufleta de la Princesa del Pueblo y su Andreíta, y los Mata-moros (y cierra España) y los faranduleros cejiles, y el ex-presidente que se fue de rositas, como si aquí no hubiese pasado nada; y la ex de Defensa y el ex de Interior -como matrimonio mal avenido-, representantes de los poderes más profundos y poderosos del Estado, peleando por el nuevo poder: uno con más años que la Guerra Civil y el mismo futuro que un batracio en un barreño de lejía y la otra condenada por joven a esperar a ser vieja, pero no demasiado, para triunfar en un partido más viejo que el chotis y con un poso de machismo que atufa. España "es ansí".

Con la que cae, mejor buscar un buen escondrijo en el que camuflarse para dejar pasar el temporal. Porque, por si no lo saben, todos los temporales pasan...hasta los más desatrosos que acaban casi con el alma. Las tormentas de amor, las pérdidas incomprensibles... esos también amainan. Este temporal pasará, pero no es malo buscar un espacio en el que cobijarse y esperar, aún cuando lo que trae esta tormenta parece no ser agua, ni nieve...sino un poco de apestosa colitis. Una diarrea de políticos, banqueros y ladrones y corruptos (presuntos) trufados de falsos nacionalistas, patriotas y salva-patrias...que son los que más miedo dan. Como decía el magistral Gila: "a cubierto que ahora vienen los nuestros". Lamentablemente, algunos, ya ni siquiera saben cuáles son los suyos; sobre todo en esta España cañí que parece más una fabada, de tanto chorizo que anda suelto.

El ladrillo, el hormigón y la teja, que amenazan al sistema con la zozobra, se siguen almacenando en la sentina de ese pozo negro y sin fondo que son las entidades de crédito con la vana esperanza de poder sacar rédito de la peor de las calamidades de esta piel de toro aquejada de un sarampión de pisos y chaletes. Pero no pasa nada. No llueve, ni nieva...y este invierno parece una tonta primavera. No la misma primavera florida de sangre y fuego de los países árabes -afortunadamente-, sino esa otra más colorida y flamenca typical spanish en la que todo parece un clavel o un capullo de rosa.

Para variar, el periodismo se descompone. Ahora la guerra está en que el redactor trabaje gratis o incluso pague por trabajar. Y a mucha gente eso le parece normal -lo llaman formación-. Y mientras, otros, con más valor, con más valía, se lanzan al mundo a demostrarle que aún hay cosas dignas de ver, de hacer y de documentar. Para ellos no existe la nieve, ni la lluvia, ni es demasiado preocupante que un invierno parezca más una tonta primavera. Su trabajo es la visión incómoda del que habita, por necesidad o deseo propio en la cómoda seguridad de su sofá. Su trabajo es la voz que clama a dos metros de nosotros, a dos mil kilómetros de nosotros, pero siempre demasiado lejos.

Samuel Aranda es uno de estos testigos de la realidad. Ha trabajado muy duro para medios que no le han respaldado. Ha tenido que mendigar espacios para fotografías que delataban la terrible realidad del mundo circundante...y cuando, gracias a una publicación en un medio no nacional, consigue el merecido reconocimiento, lo terrible no es que le cojan el teléfono los que antes siempre estaban ocupados (como él mismo ha reconocido), lo terrible es que encima traten de comparar su fotografía ganadora con una excelsa obra de arte (que a pesar de la belleza de la comparación es como comparar a Dios con un seiscientos). Él mismo lo reconocía ayer en los micrófonos de RNE al ser entrevistado por Toni Garrido: "el fotoperiodista es un documentalista, no un artista". No hay verdad más evidente. El fotoperiodista está allí no para realizar el encuadre perfecto, captar la luz idónea, buscar diagonales, respetar los tercios, ajustar colores, componer de forma excelsa. Aranda lo ha definido con perfección: el fotoperiodista es un narrador de hechos a través de imágenes y su labor no puede ser más pretenciosa. Está allí para poner voz al silencio y luz a la oscuridad. Está allí para ser el faro que guíe a las conciencias por un mundo que se resquebraja. Y, normalmente, cuando la pretensión es mayor, se cae en el oportunismo, en la trampa o en el fácil fotomontaje.

Recortar, reencuadrar, enderezar...en contra de lo que han señalado algunos especialistas, no debe considerarse una trampa en el fotoperiodismo. La misión es captar el documento y hacerlo llegar,lo antes posible, a la sociedad. Si además es una imagen excelsa, magníficamente compuesta y milimétricamente encuadrada...¡¡perfecto!! pero si no lo es, hay que juzgarla desde su esencia misma. Tres preguntas son importantes: ¿narra un acontecimiento?. ¿Permite leerlo sin dificultad?. ¿Es fiel a la realidad?. Perfecto pues, y si además es una bella imagen, mejor.

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