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La enfermedad

"Marcha Negra" Madrid, 11 Julio 2012. Paseo de la Castellana. (C) Czuko Williams. All Rights Reserved. Not Copy allowed.

Cuando el cuerpo enferma, los síntomas se presentan de muy diversas formas. El conjunto y la yuxtaposición de estas expresiones internas, que afloran al exterior, sirven al médico para determinar, con cierto margen de acierto, el origen del mal. Sólo la observación exhaustiva de cada uno de los síntomas permite hacerlas frente, de forma individual o global. Independientemente de su origen, si el paciente manifiesta fiebre, el médico ha de combatirla, incluso antes de dar con el origen de la afección.

La sociedad actual no es más que una concatenación de seres vivos. Una suerte de enorme cuerpo que también manifiesta síntomas y dolencias. Como ante la enfermedad del ser vivo, la sociedad debe estar atenta a los síntomas con la intención de hacerlos frente y analizarlos en busca de la dolencia primigenia. Los síntomas, pueden ser tratados, pero jamás dejando de investigar en busca de la afección primigenia que es, en esencia, la que debe ser combatida y anulada. La muerte del organismo o su supervivencia dependen de ello.

España manifiesta síntomas alarmantes desde hace décadas. La Banca corrupta y oportunista; la Administración caduca; el sistema educativo inoperante; la impunidad legal; el abuso de poder; el enchufismo; las modernas regalías… Decenas de síntomas que, desacertadamente, han sido tratados sintomáticamente, de forma local, sin indagar en su origen y, lo que es peor, sin dedicar los esfuerzos necesarios a la localización del foco de infección inicial.

Así, España sigue infectada. La sintomatología local, mal tratada, e incluso la amputación quirúrgica de algunos miembros, no han sido capaces más que de bajar, de forma tenue, la fiebre o detener, momentáneamente, la gangrena. La enfermedad avanza. La enfermedad se reproduce y amenaza con colapsar el organismo sin que los servicios médicos puedan hacer más que ingresarla en la Unidad de Paliativos donde será observada, cuidada y mantenida con vida…hasta su muerte.

En España, la enfermedad, es sistémica y general. El remedio no pasa ya por las curas, sino que implica el uso de cirugías mayores. Pero España, nos guste o no, sigue sin estar preparada para ello. Las cataplasmas de los recortes no han servido sino para envilecer más a la enfermedad. Las gárgaras y los enjuagues de la Banca han tratado de mantener el buen aliento de los banqueros y poderosos sin cuestionarse la causa verdadera de la halitosis, manifestación quizás de una grave dolencia estomacal, de una úlcera…o de algún tumor que no da la cara.

España es el dibujo de lo que una guerra (in)civil, cuarenta años de “re-construcción” y una dictadura quisieron que fuese. Aquí, el país, después de la cruenta Guerra (in)Civil, lo reconstruyeron los vencedores y los vendidos. Como de costumbre, tan sólo perdieron los muertos y los vencidos. Sólo décadas después de iniciada la reforma y la reconstrucción, se dejó a los aparejadores de la Transición, que asentasen sus reales en la Piel de Toro. España renació, tras una “gloriosa” cruzada, como una Patria nacional-catolicista donde sólo los oligarcas del régimen y sus tecnócratas pudiesen ser los arquitectos. Supeditado a la labor secundaria, el aparejador acomplejado, aceptó jugar el juego que los poderosos le marcaban. Aceptaron Pactos bochornosos, se vendió a la nación en el exilio, se truncó el sueño de libertad y se dictaminó que nada en aquella lucha había merecido la pena. Sobre esos cimientos, nos guste o no, se erigió nuestra España. Esta España de hoy no la levantaron Lorca, ni Machado. La Prensa que conocemos no la cimentó Javier Bueno. La Educación Universitaria de hoy no la cimentó Santiago Ramón y Cajal. Lo que conocemos es el edificio de la reconstrucción y, aún tantas décadas después, sigue teniendo los cimientos de la barbarie, del odio, de la revancha, de la mediocridad más ramplona.

Cansados generacionalmente los arquitectos, en un arrogante gesto de magnanimidad, pasaron los bártulos a los aparejadores de la Transición, que se creyeron, en vano, con libertad y capacidad para obrar más allá de los dictados de quienes se mantenían vigilantes sobre sus cabezas. El poder, como motor de la nación, se aseguró que quienes regresasen lo hiciesen con la cabeza gacha, y sobre todo, con la conciencia intranquila por haber abandonado a los camaradas del exilio y a su propia nación exiliada. Los unos y los otros fueron vencidos por la Historia y vendidos por quienes esperaban serían sus salvadores. Pero los salvadores, a su vez, vencida la bestia fascista, estaban a la gresca con “los otros vencedores” y, en esa alteridad, necesitaban, de forma imperiosa, el apoyo del pequeño General.

Desde entonces, si no antes incluso, España está enferma. La enfermedad se manifestó inmediatamente antes de que la Guerra, actuase quirúrgica y equivocadamente sobre el cuerpo enfermo. Tras décadas de convalecencia y aparente curación, aparecieron de nuevo los síntomas malditos. Hoy España vuelve a estar (o sigue estando) enferma.

La Transición, con su retórica, se vendió como un remedio. Al igual que los crece-pelos durante la conquista del Oeste Americano, el remedio resultó ser, a la larga, placebo, cuando no puro engaño. La Historia lo ha demostrado. Quienes vendían la liberación de la Patria se cobraron un gran precio. Las chaquetas de pana dieron paso rápidamente a los trajes caros, a los coches de lujo, a los chalets, a las familias políticas a las que dar de comer. De aquellos polvos, vienen estos lodos. La enfermedad se demostró voraz, como todas las enfermedades incurables o de mal pronóstico. La Transición sirvió para muchas cosas. Algunas buenas, otras bastante malas. Cumplió su papel y para bien o para mal, es absurdo seguir aireándola como la salvación de la Patria. Mal asunto si seguimos sacando en procesión, a la Constitución y a los Padres de la misma, cada dos por tres, cual si fuesen el incorrupto miembro de Santa Teresa. Esa es España. Ese es su mal. Esa es la enfermedad terminal de este Sistema.

Nos han engañado. Los próceres del Sistema nos han engañado y siguen haciéndolo. Lo seguirán haciendo mientras no cambie el Sistema, si es que aún puede cambiar.

La enfermedad no es la Administración. La Educación no está enferma. El mal no es la banca, ni siquiera lo es, en esencia, el banquero. Unos y otros no son más que síntomas de la afección, atisbos de la peste. La enfermedad en España se llama política. Es la política, tal como la conocemos, o tal y como nos han obligado a aceptarla, la que produce estas fiebres, estas pústulas, estas bubas apestosas. La política, como reverso del poder, es la enfermedad y el político, tal como lo conocemos, apoltronado, mentiroso, desafiante, chulesco y pernicioso, es la primera manifestación de esta nueva peste.

Nos han engañado. Siguen haciéndolo cuando nos hablan de las bondades electorales y nos amenazan con todo tipo de males y plagas si dejamos de votar. Señalan, amparándose en la doctrina huera que ellos mismos –con ayuda de los primitivos arquitectos del Régimen- han construido, que el hecho de no ir a votar es el fundamento de todos los males de este país y el fin de la democracia. Nos adoctrinan, a través de sus medios de comunicación –con clara querencia por el poder-, sobre cuál es la forma correcta de actuar ante las elecciones. Lo hacen inundándonos el cerebro con advertencias sobre las consecuencias del voto en blanco, sobre el voto nulo y sobre todo sobre las perniciosas consecuencias de la abstención.

En definitiva, el político y todo su corifeo, ante el deseo de perpetuar su estirpe –o lo que algunos han denominado casta-, nos obligan a votar, amenazando nuestra tranquilidad con todo tipo de males y desgracias si dejamos de votar. Para ellos, la abstención, es la enfermedad. Como las células cancerígenas, la enfermedad se defiende con uñas y dientes contra el suero salvador. La enfermedad señala, con todo tipo de artimañas, al suero salvador como el veneno que infecta y mata.

Ahora bien, la enfermedad es la política y el político su principal exponente. La política, o incluso el político, no tienen por qué ser universalmente una enfermedad, pero en España lo son. Es el deseo del político por alcanzar el poder –inherente a la Historia de España- la esencia de su mal. El político usa en España, de forma secular, el poder para enriquecerse, para buscar revancha o para organizar sistemas clientelares propios que les permitan, después de la política, acceder con pingües beneficios, al verdadero botín: las mieles doradas de los Consejos de Administración de las Empresas del IBEX. Esas en las que está la riqueza y el poder. A la vez, las mismas que necesitan del político corrupto para sacar adelante sus planes de crecimiento Nacional e Internacional multiplicando inequidades y desequilibrios incluso más allá de nuestras fronteras.

La política es la enfermedad y la abstención general es, de momento, el único modo de erradicarla. La abstención general, lejos de permitir el caos, obliga al replanteamiento del Sistema. Más aún, la abstención general demuestra la inoperancia del Sistema, lo cual es ya el primer paso para el cambio. La abstención obliga al movimiento y es el revulsivo contra la inacción. La abstención es el único modo de demostrarle a la casta que la Sociedad (el Pueblo) ha detectado el foco infeccioso, la enfermedad, y que va a combatirla para eliminarla. Ya no es posible seguir poniendo paños calientes, emplastos, cataplasmas, ungüentos. La enfermedad amenaza de muerte a la sociedad –que es mucho más que la Nación-.

En 1789 el pueblo Francés acertó a descubrir la esencia de la enfermedad que asolaba su organismo, lo desgastaba, lo corrompía y lo mataba de inanición mientras el poder se daba a la gula, al lujo y al derroche. El pueblo decidió extirpar el mal. Lo detectó y lo destruyó. No había aún un concepto democrático y tuvo que emplear el terror para alcanzar sus fines. Hoy tenemos una sociedad más madura y podemos transitar caminos diferentes. Podemos decirle a los políticos, a todos, que son ellos y “su política” la que nos sobra. Podemos cambiar las agujas de las vías y llevar el tren allá donde queramos. Destruir no es tan sólo aniquilar. Como en los tradicionales sistemas de roza y quema, el fuego puede ser el ulterior hálito de vida.

La enfermedad, y sus principales síntomas conspirarán para que no transitemos esos caminos. Nos asustarán con viejas historias de terror y oscuridad; se agarrarán a los pocos corchos de su ansiado botín que aún flotan y tratarán de defenderlos a toda costa. Y si no pueden defenderlos más, si se ven desbordados, si ven peligrar sus cotos de poder, usarán la violencia contra el pueblo. Lanzarán a los perros de presa a cazar al disidente, al que piense diferente, al que trate de abrir los ojos al Pueblo. Siempre ha sido así, y posiblemente siempre siga siéndolo. Mantener lo contrario es utopía. El cambio puede ser emocionante o terrible; pacífico o muy violento…pero el cambio puede ser. Ellos no lo permitirán. Se lo juegan todo y no van a renunciar a ello. Seguirán haciéndonos creer, cada cuatro años, que el poder reside en el Pueblo, que la decisión es nuestra…pero ellos, mejor que nadie, saben que eso es mentira. El poder reside en ellos y lo usan como quieren y para lo que quieren…incluso si ello implica matar al mensajero.


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