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Noticia sin noticia - A News without news

Ayer, como por casualidad, me tropecé con un suicidio. No fue un tropezón inminente. No fue coincidir en el lugar indicado en el instante preciso; este encuentro podría relacionarse más con el olfato.

10:55.- Comparto un buen té con un compañero en un magnífico lugar de la Gran Vía. Es habitual que lo haga. Allí, entre el bullicio de la gran ciudad, pero algo retirado de él, sopeso los momentos de acción, converso, me relajo y sobe todo dejo pasar ante mi mente los proyectos pendientes -que son muchos y variados-. Todo discurre como un día más.

11:01.- Comienza el cortejo sonoro en el exterior. Una autobomba de bomberos. Su ruido inunda la estrecha vertical de la arteria vial madrileña. Le sigue, a lo lejos, el estridente reclamo, más lejano y como con sordina, de algunas sirenas de la policía. La mente del fotoperiodista anula el pensamiento pausado y se pone a colocar las piezas del puzle sonoro y visual. Podríamos decir que se despierta el lobo, porque todos los fotoperiodistas, sobre todo los que nos consideramos “de acción”, llevamos un alma de lobo dentro. No buscamos carroña. Nosotros diferenciamos entre la táctica y la estrategia y en contra de lo que muchos puedan pensar, no vivimos de los despojos de nada ni de nadie. Cada vez elegimos entre estrategia y táctica y a veces las combinamos. No dejamos huecos al azar y a la par que se presentan las escenas ante nosotros, la mente teje una historia. Sin ella no hay fotoperiodismo, quizás sí bellas o impactantes imágenes, pero no estamos aquí para hacer arte, sino para contar algo. El lobo ha despertado.

11:07.- La mente alerta se dispara; pasa un vehículo de mando del SAMUR. Es la señal. Mecánicamente la mente del fotoperiodista, demasiado malacostumbrada a las últimas manifestaciones “circenses” en las que casi sabes con antelación lo que va a suceder, se activa. Suma en silencio: autobomba...sirenas de policía lejanas…sin duda por Leganitos, la paralela a Gran Vía…dos ambulancias y el coche de mando del SAMUR. Las sirenas han tenido un recorrido corto. Su voz melancólica no se ha disipado en el espacio ni la distancia las ha ido amortiguando. Simplemente se han detenido. Algo ha sucedido cerca. Es el momento de poner fin a la meditación y saltar a la calle de nuevo.

11:12.- Apretando la bolsa contra el costado, palpando al milímetro la geografía conocida de su exterior, es fácil comprobar que todo el equipo está allí colocado. Recuerdo haber cargado dos lentes. Un solo cuerpo. La D300 va montada con un 35 mm fijo; así salió de casa muy temprano. En otro compartimento, un zoom 17-50 DX, no permitirá estar lejos de la acción. Me gusta la cercanía; mirar las cosas con proximidad te permite hacerte una idea más clara de lo que sucede e impide que el bosque te impida a veces ver los árboles.

11:14.- Dos minutos para alcanzar el paso regulado por semáforo. El olfato te lleva, como sin querer hacerlo, al lugar del suceso. Giro la esquina de Gran Vía con San Bernardo dirección Santo Domingo. Una rápida mirada permite distinguir, entre el bullir normal de la gente que pasea, ajena al suceso, por la Gran Vía, el perenne corrillo de curiosos en torno a la autobomba, el coche de mando y una ambulancia. No hay actividad frenética. Los bomberos están dentro del camión. No llevan los equipos de respiración ni los chaquetones: descartado el incendio, aún cuando fuese un mero conato.

11:15.- Una cinta de policía corta el paso a la Calle Leganitos, abarrotada de vehículos de policía, justo en la esquina del Hotel Mercure Santo Domingo. Perfilo con la mirada el edificio. Abajo, las cintas policiales forman un cuadrado. Señal inequívoca. Lanzo la mirada hacia lo alto y en una góndola colgante, un operario se afana en la limpieza de los cristales. Bajo la mirada y un resplandor dorado impresiona mis retinas. Una manta térmica tapa un cuerpo. Pienso en un operario caído desde la góndola…pero resulta estúpido que el otro siguiese su afanosa tarea ajeno al luctuoso suceso. Pero…hay un cadáver, mucha policía, bomberos, curiosos, y no es menos cierto que el operario sigue limpiando ajeno al espectáculo…como si no fuese de este mundo…como si estuviese muy acostumbrado a escenas de este tipo…o como si, directamente, el no mirar, le permitiese obviar lo que había ocurrido; la ignorancia obligada conjura los malos sueños.

11.17.- Busco, sin moverme del lugar, una perspectiva, un hueco. En mi mente he analizado las diferentes posibilidades de luz. La escena no está cargada de dramatismo. No hay sangre. No hay momentos de tensión o ataques de nervios. Es como si la sociedad estuviese anestesiada. Esto también anestesia mi mente periodística. La situación no pierde interés para mí, pero se transforma. Cuando tenemos demasiado tiempo para pensar más allá del enfoque, del encuadre, de la luz...la mente se pone caprichosa.

11.18.- Alguien comenta que se trata de un suicidio. Una mujer ha saltado desde el edificio donde el operrio sigue limpiando, impertérrito las cristaleras. Los transeúntes y la policía han tratado de convencerla de que no lo hiciese. Todo ha sido en vano, como tantas veces.

11.20.-Podría acercarme al hotel; hablar con los agentes, como tantas veces; construir la noticia con los datos necesarios. Tengo la cámara y puedo elaborar la historia…pero algo me conduce a cerrar de nuevo la bolsa de la cámara. Hay un pensamiento, extraño a mí, que por una vez diferencia entre la noticia –fácil de colocar y en cierto modo primicia por la ausencia de compañeros de prensa- y la realidad. Por primera vez en muchos años decido no hacer esa foto; ni recabar esos datos. Decido no participar, ni siquiera documentar. Un resorte, extraño, inusitado, desconocido, se ha activado en mi mente.

Con calma, casi con parsimonia, regreso al bullicio ausente de la gran avenida. Tras de mí se retira la autobomba y las asistencias médicas. Quedan los policías a la espera del juez. Se inicia la rutina del levantamiento del cadáver. Habrá una identificación y, por experiencia, se que el juez levantará la manta térmica. Se que esa es la imagen...pero también se que, al menos esta vez, he decidido no tomarla. Se desvanece la oportunidad del freelance. Una imagen que vuela. Esta vez no seré yo quien la tome.

Después, he buscado afanosamente información de aquél suicidio. Los medios de comunicación impresos y digitales no se han hecho eco de él. Hay un silencio al que yo he contribuido. He pensado mucho en si mi obligación seguía siendo la información o sencillamente el respeto. Contar esta historia tampoco sería faltar al respeto o quebrar la intimidad de la víctima, pero quizás solo por un instante pensé si querría yo recordar a un ser querido por su última imagen bajo una manta térmica, tirado en una calle sucia y fría de Madrid.

Aún no tengo una respuesta. Por primera vez en muchos años, he dejado conscientemente una imagen en suspenso. Una imagen además, de las fáciles de “colocar”. No sé qué paso por mi mente; tal vez estaba demasiado abstraído pensando en la anestesia general del público, en la indolencia del operario colgado de un imposible vacío que le sujetaba…frente a la mujer, horizontal, a la que nadie sujetó en su huída. Quizás era todo demasiado confuso para crear una historia que diese nombre a un ser humano no por sus logros, no por sus alegrías, no por sus virtudes, sino por su miedo incompatible con la vida; por su oscura lucha por terminar una historia que nadie sabe cómo empezó y que aún careciendo de un principio tiene un trágico final.

Quizás no contribuí a darle a esta persona un hueco en las noticias, mas confío en que el silencio de mi cámara haya servido al menos para hacerle llegar, ya muerta, ya inerte, un “lo siento”.

Tal vez por eso este photo-no-news es hoy más un photo-thinking y aunque podría necesitarla...no tiene imagen. Esta vez, disculpadme, la guardo en mis retinas.

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