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No hay tiempo para la inacción. Time is over

Casi a diario nos bombardean los periódicos y las redes sociales con mensajes relacionados con tramas corruptas en las que están inmersos centenares de políticos; también nos inundan con comunicados en los que se nos informa acerca de que tal o cual político o ex-político gestionará servicios hospitalarios recientemente privatizados, por ejemplo en la Comunidad de Madrid; en otras ocasiones son los torticeros manejos de supuestos empleados públicos, en su mayor parte cargos de libre disposición y por ello no funcionarios, que hacen uso particular del cada vez más menguado “pastel” público.

Ante tal vómito de esperpentos, ante tal diarrea de latrocinios, al ciudadano de pie y de bien le quedan pocas oportunidades. La dejadez en la que, por aburrimiento y asfixia se ha sumido la ciudadanía ha terminado por convertir a la masa social en un más que modesto rebaño de ovejas con algún que otro carnero que, a empellones, se debate en el estúpido discurso de la inacción.

No han emergido aún los salva patrias que, de forma secular, navegan en la zozobra del Leteo convirtiendo con discursos envenenados las letanías de la crisis en discursos incendiarios. Emergerán, empero. La propia inacción de la masa borreguil les hará salir a la superficie, en unos casos, y en otros, les animará a despojarse del disfraz con que se acomodaron en el seno de esta sociedad cada vez más mansa y menos crítica.

La inacción, convertida en píldora de la recesión, antídoto del desempleo e idea fuerza de la sociedad eunuca será, en definitiva, la tumba de las esperanzas. No habrá catafalco dorado, ni oropeles, ni cortejos que acompañen a la sociedad castrada en este su penúltimo viaje. La inacción conduce a la ignorancia a través del vericueto de la desidia. El camino hasta aquí es de una rudeza absoluta; en él estamos dejando, a modo de despojos y jirones, las últimas conquistas de la sociedad moderna. En él quedan arrumbadas, como carretas del exilio, las libertades ganadas a fuerza de dolor y sangre. En sus cunetas enterraremos, de nuevo, los baúles de la esperanza y los gritos, ahogados y silentes, de la libertad primera, esa que es esencial e innata en el ser humano.

Vamos, como tristes corderos, al matadero de las ilusiones. Unos pierden para que otros ganen. Ellos, los que ansiaban el poder y ya lo tienen, forjaron las empresas privadas de las que se nutrirían una vez desvalijasen el solar público. La res publica se ha convertido en el patio de un castillo solado con el espíritu de lucha de quienes forjaron, a veces con su vida, otras con su intelecto, el vergel perdido que ahora yace mancillado.

No es tiempo sólo de buscar culpables, que los hay y tienen nombres y apellidos que todos conocemos, que son públicos y que aún a pesar de sus lastres, campan a sus anchas por nuestra sociedad. Somos 35.000.000 de ciudadanos libres –porque aún somos libres- frente a unos pocos miles de sinvergüenzas, ladrones y corruptos. Es tiempo de dejar atrás la sinrazón de la inacción y despertar del sueño de los ingenuos.

Es tiempo pues de pasar a la acción. Es tiempo de que los ciudadanos, quizás desde la desobediencia civil, se enfrenten a los abusos. Es tiempo de que los jóvenes reclamen, con firmeza, el espacio que se les está robando. Es tiempo de que los funcionarios y empleados públicos filtren, sin tapujos, cuanta información localicen referente a presuntos delitos. La ley en la que se escudan los corruptos no ampara las ilegalidades cometidas. Que los médicos y enfermeras continúen sus luchas; que las televisiones y los medios de comunicación descorran el velo del miedo a publicar, de forma abierta y libre, toda la información que con nombres y apellidos delata desfalcos, enjuagues, corruptelas, malversaciones y el tropel de violencia sin freno que asola el mundo, y no solo España. Si la justicia se muestra inoperante, que el sentido común y la libre opinión se conviertan en la balanza que mueva a la ciudadanía. Si nos dificultan la labor fotográfica, redoblemos el ingenio para multiplicar el número de imágenes que, con su valor gráfico, demuestren el asalto al que estamos siendo sometidos. Quien no pase a la acción no sólo no podrá quejarse de la inacción de los demás, sino que será directo culpable de la situación terrible hacia la que nos abalanzamos.

Es tiempo de pasar a la acción. Todos los movimientos son válidos; cualquier gesto es bienvenido. Quien pueda acomodar los precios de sus productos a la actual situación con el único riesgo de ganar menos, aún sin perder, debe hacerlo; quien pueda denunciar a sus empleadores por acoso, debe hacerlo aún amparándose en plataformas de defensa popular antes de que nos sustraigan definitivamente los cauces de la justicia gratuita; quien pueda escribir sus pensamientos, sus ideas, sus esperanzas, debe compartirlas con la ilusión puesta en que la mera conjunción de ideas y propuestas sirva, por aproximación de hiladas, a la creación de la resistente bóveda de la nueva libertad.

No es tiempo de llorar, pues ya llegarán las fechas del lamento si la nave no cambia su rumbo. Es tiempo de pasar a la acción. Si los viejos partidos se demuestran corruptos, anquilosados; si los sindicatos de clase se demuestran débiles y carcomidos por la podredumbre de las décadas dominadas por cúpulas corrompidas, es tiempo de pasar a la acción y crear nuevas estructuras de poder y de gobierno. Si no sabemos hacerlo, debemos inventarlo. No hay excusas para la inacción. Time is over. Se nos acaba el tiempo para defender lo que otros ganaron para nosotros. No hay tiempo para la inacción.

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