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Esperando la gota que colme el vaso. Waiting for the last straw

Las espectativas eran grandes. Un toque de mediática atención, trufada de prevención para las Fuerzas del Orden, quizás para tratar de evitar lo inevitable: los desórdenes públicos y esa suerte de San Fermines nocturnos con sus pasacalles de pelotazos y sus tracas de porrazos y pedradas.

Se palpa en la calle la tensión. El ardor de unos, el malestar generalizado, la tensa espera de los otros y ese clima de frustración crispada en los rostros jóvenes y ancianos que se esconden detrás de los pañuelos, de unas simples gafas, de las viseras ahumadas de los cascos policiales o en otros casos, los más, simplemente en rostros descubiertos; desenmascarados de artificio y desposeídos de antifaz, los miedos han destronado a las esperanzas. Parece no haber lugar para la cordura.

La grieta entre políticos y ciudadanía aumenta y, a pesar de la contundencia y de la represión, se atisban grandes fisuras también en las filas de la Guardia Pretoriana en que estos desahuciados sociales que son los políticos han convertido a la policía.

Madrid se blindó ayer para hacer frente a la pretendida afrenta social contra un Congreso que, en esencia, debería representarnos a todos. Los lemas del Madrid ochentero, tan canallas y amables, han dejado paso a la ciudad sucia, a la urbe decadente, a la capital uraña y poco hospitalaria; al hormiguero puesto bajo estricta observancia de la autoridad; al cuarto de cuarentena en el que la libertad se pudre a golpe de cólera y cólico miserere.

Se empeñan en hacernos ver, los mismos políticos que nos han robado las ilusiones, que España está en peligro. Nos hacen creer que no sabemos que ellos son quienes alientan con sus políticas multicolores, erráticas, edonistas, ególatras y desordenadas este frenesí social, esta vorágine humana a la que nos han atado.

La sociedad está como el viejo centurión –el perro amable y fiel- que tras toda una vida atado a una estaca, sigue anclado a ese palo invisible incluso cuando éste ha desaparecido hace años. El tiempo arrumbó las esperanzas de una sociedad que, se empeñan en decirnos, vivió por encima de sus posibilidades. Mientras tanto, los ávidos e incontenibles políticos se hinchan a base de regalías y maman de la teta cada vez más yerta de un Estado conformado por igual por manifestantes y policías.

Una de las virtudes del fotoperiodista reside en el privilegio de palpar la realidad por sí mismo. La verdad, que es tan esquiva como subjetiva, está más próxima de ti cuando te la muestran a golpe de empujón y algún que otro golpe de porra. Algunos te caen a ti, los más los ves llover sobre gentes difusas que quedan inmortalizadas ante esa mágica máquina del tiempo que es la cámara fotográfica. De muchos no olvidarás su rostro; de otros no albergarás el más mínimo recuerdo; pero cada segundo en la brecha deja una huella indeleble en el corazón obturado del fotógrafo.

Ayer, dos horas antes de que concluyese el ultimatum del Gobierno Civil, la policía recibió la orden de cargar. Medió la tibia provocación que es de esperar en situaciones tensas como esta. La contundencia de la acción no dejó lugar a la duda y uno imagina el regocijo de algunos políticos ordenando la represión de las masas. No cabe olvidarlo ni se puede obviar. La acción policial es precedida de una orden y no del libre albedrío o de la siemple arbitrariedad de unos policías de la porra. Algunos están deseando recibir la orden…se les ve en sus rostros tensos tras las viseras oscuras; otros no dejan lugar a la duda de que no reciben con agrado esa maldita orden de cargar contra el pueblo; seguramente se repitan el mantra mentiroso de que “alguien debe hacerlo”.

No eran ni las ocho de la tarde y una mujer entrada en años, tras la primera carga, le espetaba a un policía disfrazado de esfinge una verdad como un puño: “estáis defendiendo un espacio vacío aplastando al pueblo al que jurásteis defender”. Y a uno se le llena la cabeza de preguntas.

Miles de policías defendiendo centenares de metros de ciudad vacíos, dos leones de bronce –uno de ellos sin bolsa escrotal, mira tú- y un hemiciclo con 350 escaños vacíos –como la mayor parte del año- para mayor tranquilidad de una clase política que la calle considera que no le representa.

La democracia está en peligro porque hace poco menos de un año casi once millones de españoles entregaron el poder, cansados de la deriva politica socialista y de la acuciante crisis económica al partido opositor. El relevo se realizó como en los viejos tiempos de turnismo decimonónico. Un cambio de cromos, la caída de unos, las cesantías de otros, y el reparto del magnífico pastel político que ha convertido a nuestra clase política en una suerte de golfos vividores cargados de prebendas. Habrá excepciones, no podemos dudarlo…pero no las conocemos aún.

Al otro lado se situában más de once millones de votantes que decidieron no dar su confianza al gobierno actual; todo ello sin tener en cuenta el elevado índice de abstención o los votos nulos. La democracia está en peligro desde el momento en que una porción ciudadana–no muy amplia- marca los designios de la mayoría.

El panorama es desolador. Menos de la mitad de los votantes y poco más de del 25% de la población española mantienen secuestrada, en virtud de la democracia, la necesidad de cambio de rumbo de un país que se dirige, a pasos agigantados, al abismo. Si además tenemos en cuenta que miembros de los dos grandes partidos han coinicido en igualar el 25S con el golpe de Estado del 23F, a uno le dan unas ganas de llorar incontenibles.

El problema es visceral. España sigue peleando desde la entraña; y mientras el pueblo –porque la policía también es pueblo- se enfrenta en veladas cada vez más crispadas, la clase política sigue en su bunker particular –pagado con el erario público-, atrincherada y ajena al sentir de la calle; porque ellos no son la calle. Olvidaron el arroyo del que proceden y lo hicieron a fuerza de crearse currículos inventados y de dibujarse mundos de fantasía pagados por los impuestos de tirios y troyanos. Esparta resiste aunque muera la Hélade.

Un miembro de la UIP aseguraba ayer, sin querer revelar su identidad –por razones obvias- que hay un gran descontento entre los miembros de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado; éstos se sienten maltratados por la ciudadanía y usados por los políticos y empiezan a no entender el equilibrio entre exposición personal, represión y pérdida de poder adquisitivo. Este policía hacía horas que había dado cuenta del único bocadillo que, a modo de escueta cena, les ofreció la Jefatura Superior de Policía de Madrid. El agua escaseaba y alguien insinuaba alguna táctica policial para incrementar el fervor de los hombres de primera línea…mal alimentados y casi sin beber nada de agua tras horas de tensión en pie. Recuerdan a los gladiadores que saltaban enfurecidos por el calor, la sed y el hambre a la tórrida arena del circo para dar el mejor espectáculo para el deleite de Roma.

El cuadro recuerda a las viejas glorias legionarias de Roma. Allí también, a partir del 395, la civilización se desmoronó y el brillo esplendoroso de la vieja Citta Aperta dejó paso a un velo de oscuridad. La profunda crisis económica, la vertiginosa decadencia social, pero sobre todo el abrumador abuso de la clase política condujo a uno de los periodos más terribles de la Historia.

Pero hay que ser optimistas. Después de la obscuridad y de los siglos de dominación califal; después de las guerras intestinas y de la desintegración generalizada del mundo amable conocido…todo nos condujo al mismo lugar en el que estamos. No sabemos si esto es positivo; no sabemos si cualquier tiempo pasado fue mejor o peor, pero al final, todo se abre camino; al final, siempre hay una luz. Habrá que centrarse en ella.

http://www.demotix.com/news/1478725/thousands-surround-spanish-parliament-during-austerity-protest#media-1478826


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