top of page

El político-roedor - the gnawing politician

La peste del siglo XXI ya no la transmiten las ratas; para ser más exactos, lo cierto es que la transmiten otro tipo de ratas; en este caso, ratas bípedas y con pulgar oponible.

La historia de esta nueva mutación ratuna es muy vieja e internacional, pero en España, al menos, se puede rastrear en las útimas décadas con nombres y apellidos. Se trata de una mutación bastante común, es cierto. Se produce el salto genético, como era de esperar, al mezclar un político con un roedor, dando como resultado una señora rata con más cara que la esfinge de Gizeh.

Hace veinte años, el político-rata en ciernes se enfrentaba al temor de la hemeroteca. Era temor, que no terror, dado que no resultaba fácil para el ciudadano común acceder a las grandes hemerotecas. Además, de quedar expedito el acceso, la labor de rastreo y búsqueda era también ratonil, lo que en cierto modo ponía a prueba la paciencia del Santo Job y servía como escarnio de curiosos y disuasión de buscones.

Pero hoy, hete aquí que la hemeroteca está al alcance de un ciber-click. Tecleas entrecomillado el nombre del político-roedor y de golpe y porrazo la computadora te vomita una pléyade de robos, cohechos, apropiaciones indebidas, tratos de favor y demás delitos, todos presuntos, pero que huelen peor que el pedo de un camello.

Haremos, sin ánimo alguno de exhaustividad, una breve síntesis de esta mutación revisando, con mucha prisa, las evidencias del político-roedor en España. Como viene siendo común en el mundo de la lucha contra las plagas, la infestación de ratas se conoce por la concentración de excrementos. Es así que seguiremos el rastro del roedor-político a través de su mierda que, aunque se perfumen con Chanel, huele como todas las mierdas.

Esta especie, muy dada en hemiciclos y salones de pleno, puede ser considerada, desde el punto de vista del naturalista, como cosmopolita. Lo mismo te la encuentras en un ministerio, que al frente de un gobierno o rigiendo los destinos de un municipio. No es raro, desde los últimos años, verla también en asociaciones, oenegés y fundaciones.

Al político-roedor se le puede distinguir por su gusto por el lujo -en crecimiento exponencial-, pero es sobre todo su ávido deseo de succión del Erario Público lo que de algún modo le define.

España los ha conocido de todo pelaje; incluso algunos en sus orígenes, estuvieron dotados hasta de ideología…pero eso es ya terreno del mito. Algunos de los primeros ejemplares pueden ser considerados centenarios, pero como no es hora de remontarse a Chindasvinto, iniciaremos este soliloquio descriptivo por el Gobierno González. Ignoraremos las etapas iniciales, cuando a pesar de cambiar panas por telas finas, parecía que el partido líder mantenía cierta integridad en su acrónimo. Cierto es que con rauda celeridad la O definidora de la condición obrera desapareció rápido de su universo personal, como algo de tiempo más tarde lo haría la S de socialista –en el sentido social más que político-.

Para que nadie me pueda acusar de pasional o de partidista, me salva en esta apreciación el hecho de que mientras a los de la gaviota no se les supone, per se ni por su acrónimo, conducta propia de lo social ni de lo obrero, a la otra parte, les denuncian las siglas; y mire usted…si deciden que estas ya no representan su ideario, pues búsquese unas nuevas, pues está demostrado que el politico-roedor es inmune a ideologías y colores políticos. En nada afecta su filiación a sus capacidades de medrar, robar o realizar acción prevaricadora o de cohecho.

El gobierno González empezó a perder el norte gracias a la “Guerra Sucia” (como si las hubiese limpias, que diría Gila) y su desnortamiento llegó a la cima con el surgimiento de los político-roedor de la familia Roldán y la pléyade de émulos volátiles de la tipología Vera, Amedo, Santamaría o Barrionuevo, entre mucos otros…Y al tiempo que se perdía el sentido del acrónimo, el símbolo ganaba espacio dotando de razón a un partido cada vez más lleno de capullos.

Después llegó el tiempo de los politico-roedores trufados de polilla –por su rancia aversión por la pana-. Estos no precisaban de disfraces e incluso su imagen no tenía por qué ser amable –ni por ello social-. El nuevo engendro tenía lazos potentes con la Santa Madre (Iglesia), que no es que faltaran antes, pero no eran, digamos, tan notorios. Ahí se retomaron las ponzoñosas relaciones con Obispos y con las prelaturas papales. El Opus Dei sacó la cabeza de su saco de estiércol y el hedor atrajo a otras moscardas golosas como los Legionarios de Cristo. Unos y otros vieron colmadas sus espectativas especulativas en la creación de paraninfos especiales: Francisco de Vitoria para los segundos y la Rey Juan Carlos –pontificada por el Alcalde-ministro-, tan sólo por citar el caso de Madrid. Risa daban ya los seminarios y es que si alguna capacidad especial tenían las nuevas élites neoliberales era la de crear sus propios espacios de pensamiento –con el dinero público, eso sí-. En los estertores de cualquier régimen aparece siempre la tapadera perfecta para esconder lo (presuntamente) sustraido dándole la informe forma de una Fundación, una Universidad o un Instituto Universitario. En definitiva ésta es la forma más directa de seguir enchufado a la teta milagrosa sin que lo parezca.

Si en los últimos instantes de la era gonzaliana manaron de las hediondas aguas tropezones como de la Rosa, Navarro, Galeote, Guerra, Urralburu, Rubio, Pascual Estevill, Salanueva, Paesa o Palomino, el caldo de cultivo que se estaba preparando para las nuevas gaviotas no era menos esperanzador. Antes ya de tener el poder, no menos hediondos tropezones como Hormaechea, Pérez Villar o Cañellas auguraban un preocupante tsunami popular acompañado de mayorías absolutas en ciernes.

Llegaron los tiempos del Gobierno Aznar y con ellos los del fragor de “España va bien”. La familia, más importante que nunca, era también cada vez más amplia. Precisaban los nuevos político-roedor espacios diáfanos en los que sellar sus pactos. Basílicas, o grandes monasterios como el de El Escorial donde, al run-run del queso o del bodorrio, acudir a comer de la mano del Estado. Quien no estaba en la foto, no existía y el papel cocuché beatificó a personajes menores convirtiéndolos, por el favor político, en grandes personajes de la más triste novela de España.

Ya desde los tiempos de la rosa roja abundaban, en las filas de tirios y troyanos, las implicaciones inmobiliarias de las (presuntas) tramas delictivas. El hogar ratuno, independientemente de su color, se construyó sobre cimientos como Naseiro, PSV, Urbanor y con ramificaciones financieras como la del Banesto. Con Rumasa la estulticia llegó a su cima cuando un fantoche opusita prostituyó la imagen infantil del super-héroe y relegó a España al colmo del escarnio mundial. ¡Hasta Marvel podría haber denunciado al idiota este y creo yo que no lo hizo por ser de tan mal gusto la copia que ni pudo considerarse plagio!

Con el poder en la mano, la España del gobierno Aznar parió nuevas corruptelas inmobiliarias como la del caso Zamora, o el fraude generalizado del caso Lino que beneficiaba a tantos político-roedor de tantos colores que hasta el propio fiscal General anticorrupción, Jiménez Villarejo parecía sorprendido. Se fue a cazar una rata y en el goloso queso de las ayudas comunitarias aparecieron miles de roedores. La policía, más politizada que nunca y el Ejército ya habían sido neutralizadas merced al Caso Turiben a costa de las dietas falsas. El político-rata se encaró al madero y le soltó aquella frase tan bíblica como estúpida de que “tire la primera piedra quien esté libre de pecado”. Y se calló hasta la vieja.

Fueron los tiempos generalizados de la corruptela. El pequeño partido veía a sus mayores robar a paladas y decidió apuntarse, como Unió Democràtica en el caso Pallerols. Luego fueron los tiempos de Cuevas Batista y Fernández de Retana, el caso Villalonga y del manejo de la información privilegiada de Alierta en el caso tabacalera. Se consolidaron las alianzas de tipos encorbatados, cursilones y chabacanos como El Bigotes y su cohorte de lameculos y se demostró que hasta el más tonto, si tenía amigos en “la familia” podía llegar a tocar pelo. Ya lo glosaba Sabina con certera y profética pluma al sentenciar que “el más capullo de mi clase ¡qué elemento!, llegó hasta el Parlamento”. Eran los tiempos de boom inmobiliario…los de la Nueva España…los tiempos del todo vale y de los ilimitados fondos Feder, Proder y Leader que Europa malgastó en un país mísero y apestado. Un pais en el que los más miserables se daban, literalmente, de palos por trincar...aunque fuesen unos míseros 800 euros.

Pero llegó la guerra, y si la “sucia” tiznó a González, la “ilegal” (¿alguna no lo es?) le costó la batuta a Aznar que, sabiamente, había decidido entronizar (por la Gracia de Dios y a pesar de la democracia) al tipo de verbo más endiablado y dicción más deficiente de su partido; cosas de la vida.

Como siempre, en el río revuelto aparecen los pescadores aprovechados y, como en soleado día otoñal brotan las setas, manó de la nada leonesa el nuevo político-roedor para el que, imaginamos que alérgico al fermento láctico, todo eran brotes verdes. Se dispararon los casos de (presunta) corrupción que afectaron a todo tipo de partidos, como el GIL; y se pregunta uno ¿qué tipo de seriedad se le puede suponer a un país que permite casos como el de este partido? ¿Acaso no eran claros los indicadores acerca del deterioro galopante de la clase política? ¿acaso no quedaba claro que el negocio no era otro más que convertirse en político aunque se procediese, directamente, del trullo?

Pero fueron también los tiempos de la especialización de la corruptela. Afloró la querencia por el ladrillo y se multiplicaron de forma exponencial los casos de corrupción inmobiliaria y urbanística. El Tamayazo de 2003 -verdadero Golpe a la Democracia urdido (presuntamente) por Producciones Aguirre- hay quien lo vincula a temas urbanísticos. También se ha hablado mucho de la necesidad de realizar trazados del AVE que pasaran por determinadas fincas y no por otras. Nada de esto probado ni dejado de probar, porque en España todo son denuncias de prensa y de bar. Allí aflora siempre el miles gloriosus que pierde por la boca la fuerza que le entró, quien sabe si por el ano, en su intento de subir a alguna cima política.

Y del mismo modo que lo “bajuno” se hizo noble a través de “la Esteban”, la Gürtel dio el pistoletazo de salida para el saqueo público sin freno. Y aterrizamos en la actualidad tras el “ladrillazo” y el caso Pretoria pasando por las manos de Salvador Zamora en Zafarraya, la Ciudad del Golf y los casos Bolín, Salmón, Sayalonga, Matsa, Berzosa, o Pitiusa, desembocando en la cúspide de la corruptela a través del caso Noós que hizo realidad los sueños de grandeza del más nimio de los corruptos. No digamos ya los temas volátiles como el Faisán, que de ser cierto demostraría la necesidad de meter a media cúpula policial en un globo aerostático y enviarla al espacio exterior....pero que muy exterior.

Al final, la corrupción como la muerte, iguala a todos. Lo que place a un rey, place a un plebeyo y, a los ojos de la opinión pública, este axioma hace las veces de un grito unánime: ¡¡maricón el último!!...al tiempo que abre la veda a todo tipo de latrocinios. Roba hoy lo mismo el noble que el ministro, que el Consejero, que un simple funcionario o una señora de la limpieza. La salvedad es que el político-roedor, como su adlatere funcionaril, aprovecha lo que ésta última no tiene, una red de contactos, para nutrir su guarida de chorizos.

Empezamos el latrocinio asociándolo al ladrillo. A él le añadimos el trato de favor de la banca y al final tenemos la España estéril y yerma en la que nos encontramos. Este páramo de edificios a medio construir, de solares desolados simplemente urbanizados. Esta España triste a la que unos defienden como nación y otros como federación y que no es, a los ojos del ciudadano, más que un páramo horadado por millones de galerías en las que habitan cada vez más miles de individuos de esa mala suerte de mutación que es el político-roedor…y su pléyade de pequeños ratoncitos, porque si algo tienen de virtuoso los roedores es su enorme capacidad de reproducción. ¡Maldita sea su gracia!


bottom of page