¡Arde! - Burns!
Si realizásemos un simple ejercicio algebraico en relación con las hectáreas de monte calcinadas en España este tortuoso verano nos sorprenderíamos. Los números son lo más relativo del mundo. En un momento en el que un minuto de espera en el andén de un Metro en Madrid puede convertirse en una eternidad, los dígitos asociados a las hectáreas lejos de anonadarnos nos dejan indiferentes. La mayor parte del público desconoce a qué corresponde una hectárea. No es incultura, es simple falta de práctica en su uso y sobre todo ausencia de necesidad en su empleo cotidiano.
Hasta finales de Julio, según fuentes gubernamentales, el fuego calcinó 130.830 hectáreas en 10.488 fuegos. También lo del fuego es relativo, pues el Ministerio del ramo no considera como incendios más que 3.735 de ellos dado que el ratio empleado para realizar las estadísticas (uséase, ese mal uso generalizado de las matemáticas para obtner los resultados deseados) es el de la hectárea quemada; a más de una hectárea, habemus incendio, a menos de una hectárea, habemus conato de incendio.
Lo cierto es que en este resbaladizo y proceloso mundo de los datos matemáticos, para el común de los mortales lo único que funciona es la comparación. La Luna es grande si la comparamos con un barquito cuando sale, esplendorosa, por el levante alicantino; un coche es pequeño si se compara con un camión; y una hectárea es una hectárea si se compara con, por ejemplo, un campo de fútbol. A este respecto no me voy a detener en glosar lo que ya expresase con notoria brillantez el blog "si no lo escribo reviento ( http://www.sinoloescriboreviento.com/un-campo-de-futbol-no-es-una-hectarea-ni-cuando-arde/) pero sí echaré un cabo al urbanita desolado para recordarle que una hectárea podría compararse a dos campos de fútbol puestos juntitos.
Visto de otro modo, este año se nos han quemado algo más de doscientos mil campos de fútbol...que son los que debe haber en toda Europa -si tenemos en cuenta solo los de dimensiones reglamentarias-. Pero eso parece aún un dato lejano. Si pusiésemos en línea recta estos incendios, podríamos ir y venir de la capital de Arabia Saudí o recorreríamos el 3% del camino que nos separa de la Luna. Pero todo esto es tan relativo como absurdo; eso sí, resulta desoladoramente demoledor.
Lo cierto es que España, que se nos seca a golpe de estío, también se nos quema. Pero esto de los incendios forestales se ha convertido en algo como la crisis. Llega el otoño con sus lluvias y nos sume en el Leteo y olvidamos todo. Olvidamos tanto que olvidamos hasta invertir lo necesario en limpiar el monte; porque los incendios estivales no se "apagan" en verano, sino a lo largo de todo el año. Pero en España todo es diferente. Hasta los más atroces sucesos se olvidan con unos buenos Juegos Olímpicos o con el inicio de la Liga de fútbol. Suerte va a tener Mr. Rajoy este año que podrá enlazar, junto a su glamurosa "Tabla Redonda" las vacaciones estivales con el comienzo de la semana futbolera; una buena progamación de toros, reposición de series míticas como Curro Jiménez (aprovechando malévolamente que a la muerte le dio por pararse en el domicilio del pobre Sancho Gracia) y programas mágicos como El Hombre y La Tierra....y ¡¡albricias!! en Octubre nos hemos olvidado de los incendios forestales, de la crisis y hasta de la madre que nos parió...
Dirían los anglosajones: as usual. Porque claro, Spain is different. Al ladrillo le sucede el golpe de peineta y con el 21% del impuesto sobre el valor añadido nos hacemos una bata de cola. Con dos cojones, que para eso somos españoles y un día tuvimos un Imperio en el que no se ponía el Sol. Nada nos importa y hasta los más incultos e iletrados generadores de escatología televisiva son capaces de acertar señalando que en España la economía sumergida nos salva de la revolución. Porque claro, en España (que es different) la revolución queremos hacerla dándole una vuelta de tuerca al modelo ghandiano. Queremos una revolución no violenta que nos permita mantener los 400 euros al mes del subsidio, las peonadas del campo, la subvención a la leche y a la remodelación de callejas y cementerios y todo ese carro de demagogias que bajo el amparo del "auxilio" social nos llevan al caos más inmediato. Esto es, sin más, una debacle. Y España arde; arde por los cuatro costados; arde de Norte a Sur y de poniente a levante.
Pero no importa. El sol seguirá saliendo por la playa de levante y los españoles refrescaremos un año más nuestros albos culos en el caldero infernal de Benidorm, gozando del paisaje desolado de rascacielos y deleitándonos al paso de la sempiterna avioneta que a golpe de motor arrastra incomprensiblemente una enorme pancarta.
Los títulos de crédito (los de verdad) pondrán fin un día al sueño hispano. Pero me juego un brazo a que entonces nos enfundaremos en la bandera (cada uno en la suya, eso sí, todo con orden) y nos arrogaremos el digno puesto del salvapatrias. Porque eso sí que se nos da bien. No en vano somos la España cañí, la de la pandereta y el toro ibérico...la que se deleita saboreando proezas (soñadas) con el codo apoyado en la barra de cualquier bar. Somos el magnífico miles gloriosus (ameno soldado fanfarrón) que narra su infortunio con bravura una vez que los toros han pasado...y entonamos el "¡ay si me llegan a dejar!".
No pasa nada. España arde de punta a punta y se seca y la basura nos inunda (la del suelo y la que campa a sus anchas en el Senado y en el Congreso). Seguimos siendo la ficticia Loba capitolina que alimenta a sus mamones cachorros a golpe de desesperanza. Somos esa suerte renacida de "Lola cartulina" que no es menos falsa que la real del Coliseo...y todo nos resbala, porque estamos hechos de una mezcla extraña de aceite y chapapote. A nuestro carácter le llamamos campechano, abierto, capaz de enfrentar con chanza el peor de los destinos. Somos la chirigota y punto.
Lo malo no es que arda España o que se seque. Lo malo es que en unos meses nada de esto importará a nadie porque tirios y troyanos estaremos enfundados en la cobertura de los partidos de la Liga; nos preocupará más si el Madrid adelanta o no al Barcelona y nos quejaremos amargamente de que la temporada de lluvias arrasa el campo español arruinando la ya mermada capacidad competitiva de nuestras frutas y hortalizas. Los hortelanos pedirán ayudas (lo llaman indemnizaciones) y algunos rememorarán los días locos del verano deseando que regresen, pensando, anodinamente, que cualquier tiempo pasado fue mejor. Porque todo es relativo y por desgracia la desolación, el desánimo o la desesperación no se pueden medir por campos de fútbol...y por eso mismo nadie parece entender las dimensiones reales de la situación en la que se encuentra esta Piel de Toro que un día fue orto y ocaso del mundo y que ahora es, si cabe, el (otro) orto del mundo.
Que nadie se preocupe. Como decía un añado labriego vecino mío en el campo..."mañana lloverá y no hay mal que cien años dure". Traducido al román paladino: "me toca un huevo lo que suceda porque de un modo u otro, pasará". Y mientras estemos recostados en esta siesta ibérica del fatalismo asumido, seguiremos sembrando la futura cosecha de desgracias que, cíclicamente, la Historia nos ha ido entregando. Decía el sabio viejo: "aviso a los navegantes". Mientras, ¿qué mas dá si una hectárea son dos o cien campos de fútbol?. En la anciana Roma los soberbios ciudadanos solo se preocuparon por el fuego y lo temieron el día que a Nerón le dió por jugar a las hogueras.