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España: Seca e invertebrada

Yo no tengo una prima que se llame riesgo y sin embargo, desde hace un tiempo, estoy más preocupado por ella que por cualquier otra cosa. La clave de mi interés reside en reunir la suficiente información, de forma prospectiva, y el suficiente valor, de forma retrospectiva, como para meter mis escasos ahorros en una caja extranjera (o en su caso en un bote de Cola-Cao) y echar a correr poniendo kilómetros de por medio.

A nadie le escapa ya que la situación es tan insostenible como curiosa. España, como sucedió en otros veranos trágicos -por ejemplo el de 1936- se debate entre el gozo y el deleite estival y esa especie de mantra que señala "ojos que no ven, corazón que no siente". Y es que la sociedad, una vez más, en su conjunto, ha decidido que es mejor no ver; porque si ves, es posible que te indignes y si te indignas es posible que hayas llegado al límite; y si has llegado al límite es posible que ya no tengas nada que perder. De ahí a la revolución (a la de verdad) hay un paso escaso.

Pero no, que no se altere nadie. Esto no va camino del desastre. Sencillamente no va; no va a ninguna parte. Esta es la máxima de las nuevas guerras, las económicas con componente tecnológico. En ellas, el órdago de las economías gigantes se enmaraña en un ininteligible soliloquio capaz, no obstante, de arruinar las perspectivas más halagüeñas a golpe de subida de la prima o de la multiplicación de los intereses de mora.

La pregunta cada vez más necesitada de respuesta es ¿quién carajo tiene más interés en que España esté en esta situación?. Hay intentos de respuesta de todos los colores y sabores. Para algunos, la esencia de la pregunta camuflará la imposibilidad moral de los españoles de entender, comprender y asumir que no hay ninguna mano negra detrás de todo este jolgorio económico; por el contrario, la montaña rusa en la que estamos montados no es más que la evidencia de décadas de gobiernos corruptos, décadas de sociedad caduca y no menos corrupta. A los españoles nos gusta llamar a esto "picaresca" y lo hemos convertido en una suerte de atractivo turístico; un tópico (o lugar común que dería Caro Baroja) que nos lleva, de nuevo, a la más insondable de las simas morales.

En cierto modo somos la sombra más ruda de la Sierra Morena del XIX con pinceladas de postmodernismo. Una especie de cuadro de Dalí con brochazos goyestos; un esperpento más del Callejón del Gato; un sainete zarzuelesco que nos hace reir y llorar: esencias ambas de esta España cada vez más seca e invertebrada.

Si engullimos hace años el trágala europeo del turismo y decidimos cambiar vacas y campos de trigo (desolados campos machadianos de Castilla) por sol y playa, no hubo más responsables del dislate que los políticos españoles y detrás de ellos, la mansa comitiva social que votaba, vota y seguirá votando cada cuatro años con su estúpido corazón dejando de lado el mínimo rigor, el más tibio sentido práctico y sobre todo el olfato...porque votamos con la mano metida en la cloaca y la nariz tapada. Llevamos haciéndolo unas cuantas décadas y no hay atisbo de que vayamos a dejar de hacerlo en breve.

Retomando la glosa orteguiana de esta mísera España invertebrada, poco hemos cambiado desde los albores del siglo XX. Ahora no se bombardean guernikas ni las guerras se hacen arrastrando impedimentas pesadas por los campos desolados de la marchita España. Ahora las guerras se hacen desde un ordenador portátil y a la altura del parqué de la Bolsa. Allí, sin mirarlos a la cara, se juega con el futuro de millones de niños, pensionistas, jubilados y dependientes. Al no verles la cara es más fácil dispararles. Esa es la esencia fétida de esta nueva forma de guerrear: se mata mejor si uno piensa que no está matando. Para eso nada mejor que emplear nuevas armas que, de lejos, no parezcan armas.

Y mientras tanto, cada vez más españoles soñarán, tumbados en un banco cualquiera de un paseo cualquiera, con esa España cañí que bajo los acordes de la música y la fanfarria se esfuerza en recordarnos que no hay crisis y que como decía Calderón (muy hispano él), toda la vida es sueño y los sueños...sueños son.

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