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Juventud y cambio - Time to change

España se debate entre soflamas huelguistas y el intento del gobierno de salvar los pocos muebles salvables de la nación. La llamada a la contención de unos y a la lucha reivindicativa de otros podría tener predicamento en otro país que no fuese España. Aquí, la mediocridad y el golfeo de medio pelo han contribuido no sólo a deteriorar la imagen del país en el exterior, sino a deteriorarla aún más a nivel interno -que suele ser peor-

Los sindicatos mayoritarios están espantados ante el aluvión de verdades que han saltado a la prensa en los últimos dos meses. Dirigentes que aparentemente luchan por la educación pública mientras llevan a sus hijos a colegios privados; líderes sindicales que atesoran suculentas colecciones de relojes de pulsera -y quién sabe qué otros inefables tesoros- o aquellos otros cuyos sueldos multiplican exponencial y vergonzosamente al sueldo mínimo interprofesional que dicen defender.

Que España es una vergüenza es algo que no resulta inmoral reconocer. Tampoco se puede acusar de falta de patriotismo a quien lo pregone a los cuatro vientos. La España de hoy es, cada vez con más certeza, la sombra oscura y luenga del pasado. Definitivamente, no estamos en situación de sonreir felices. España cuenta con la tasa de paro más elevada de Europa, siendo preocupante el nivel de desempleo de unos jóvenes que pasaron de ser el adalid JASP a ser la cantera del albañileo facilón. Una juventud de coches de lujo y drogas sintéticas para la que la Universidad era la excusa familiar para rellenar un vacío rancio. Jóvenes que entraron en la escuela sin que la escuela entrase en ellos. Jóvenes que se criaron a la sombra del Pocero (del bueno y del malo) y bajo la batuta de la falta de esfuerzo, del todo fácil, de la vida loca.

Pero la juventud no es culpable de esta orgiástica locura social y laboral. Antes hubo, en los años de plomo en los que el caballo corría desbocado por callejas y plazas, una juventud de litrona, de navajas, de prístino botellón que sobrevivió al potro desbocado de la droga y a las hierbas aromáticas fumadas. Aquello pasó y a los que no se quedaron en el camino (o no los dejó demasiado perjudicados) los hizo más fuertes. Hoy, en cambio, la juventud sobre-protegida, heredera de una clase media maricomplejines con aires e ínfulas de rancios abolengos y plagada de nuevos ricos, ha sufrido la bicoca de la cultura de lo fácil en la que todo era sencillo de conseguir: sexo fácil, drogas fáciles...pero sobre todo, mentiras fáciles. Mentiras amparadas y sustentadas por una clase política mendaz, mediocre y en general salva-patrias que, al primer rascado de superficie ha demostrado ser el acartonado reflejo del pasado; un ayer dominado por la dedocracia, el tráfico de influencias, la mezcla de poderes y la demagocia trasnocha y estúpida.

España es, hoy, la triste imagen del trabajo arrinconado. Una suerte de carretilla ajada que descansa, cansina, en el tronco vetusto de un país caduco al que solo le queda la huida hacia adelante. Un país pollino al que la banca ha colocado orejeras opacas y los políticos una zanahoria de plástico a modo de inútil cebo.

Pero no hay que desesperar. De los viejos problemas se salió y se saldrá de los nuevos. El mundo que tendremos delante nuestro no será el mismo. Pero hoy, si toca algo, es correr...correr buscando mares cálidos, sombras más frescas y a ser posible, trabajos mejor remunerados.


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