Youth's time - Time to act
Hace ya un año de la arrolladora primavera árabe y aquellas flores han parecido superar el invierno para florecer de nuevo. El mundo, después de estas revoluciones no es, en esencia, un lugar ni mejor ni más amable. En cierto modo es como si el deseo no hubiese conseguido cuajar como se hubiese querido que fuese.
Las revoluciones, que se asocian de forma indefectible a las crisis, suelen tener como denominador común el contagio. El movimiento popular se extiende y coloniza primero los espacios de desigualdad, de desequilibrio y de inequidad para culminar instalándose en ámbitos menos agitados y donde menos podía esperarse una revolución.
Contraponiendo Oriente y Occidente -entidades cada vez menos matizadas-, la ola de cambios de un extremo amenaza con extenderse hacia espacios que nos son más familiares y amables. Europa es ahora mismo un crisol de intereses y un mastodonte anquilosado que, como los viejos dinosaurios, lucha por mantener su esencia, incluso cargando con la losa pesada que amenaza con arrastrarla hacia el fondo.
En este contexto de revoluciones, primaveras, manifestaciones y luchas, Europa empieza a resentirse de una crisis demasiado larga y profunda. Occidente en general muestra signos de agotamiento propios de contextos finiseculares. Los símiles con épocas pasadas son notables.
De nuevo son estos los tiempos de la juventud; también los tiempo de la acción. Los últimos meses han discurrido entre asambleas, diálogos y protestas tamizadas. Las protestas populares han canalizado el descontento general y la riada de casos de corrupción política, junto a la terrible gestión económica de los principales líderes europeos han contribuido a situarnos ante un escenario menos amable.
Esta lucha de la juventud no es nueva. Las "viejas guardias" nunca removieron conciencias ni movilizaron a las masas. La edad vuelve críticas todas las perspectivas, hasta las más aceradas. Pero la juventud se siente impelida a la acción, a pasar de lo dicho a lo hecho en cuestión de segundos siguiendo la máxima latina: facta, non verba.
En España la juventud está inquieta. Las últimas manifestaciones han dado muestras de ello. La indignación popular es grande. El descontento social ha alcanzado cotas elevadas. Se respira en las manifestaciones, en los enfrentamientos de los estudiantes con la policía en Valencia. Son tiempos de tensión pero de esperanza. Tiempos de organización y lucha. Tiempos de reivindicación. Tiempos de acción. Pero también son tiempos de cautela. El pueblo debe hablar, pero debe hacerlo fuera del corsé de los partidos, de los colores, de las viejas rencillas. El pueblo es la base sobre la que reside la soberanía. La juventud debe saberlo. Ni el Rey, ni los políticos, ni los sindicatos pueden coartar la libertad del pueblo para decidir, para manifestarse, para luchar.
La lucha implica romper la monotonía del pensamiento instrospectivo. Es el tiempo del pensamiento colectivo. Es el tiempo de levantarse y recordarle a los sátrapas, a los libertinos, a los corruptos, a los paniaguados, a los sindicalistas de postín, a los aprovechados, que el poder reside en la voluntad popular. Es tiempo de reedificar viejos conceptos, porque si seguimos atados a ellos, pueden arrastrarnos a la vorágine de la locura. La democracia no puede dar pie a que una caterva de listos hagan a su antojo. La democracia no puede ser la excusa de los decretazos. Debemos asumir quíén nos mintió y cómo nos mintió. Debemos denunciar al que roba y debemos hacerlo públicamente. Esa es la verdadera y única realidad de la lucha organizada.
Levántate y lucha por tu espacio. Ayer alguien luchó por él, para que lo disfrutases tú. Levántate y defiende tu lugar, y hazlo sin sectarismos, sin dejarte arrastrar por la fiereza de la política. Lucha contra quienes de verdad nos han conducido al sucio agujero en el que estamos. Si permaneces sentado, pensativo, meditabundo, que sea para tomar fuerzas para levantarte y reclamar, sin compejos, lo que es tuyo: el futuro.