The tea revolution - ajusta tus precios
La búsqueda incesante de aquello que a nadie le interesa requiere muchas veces tomar el pulso a la realidad. Lejos del bullicio de las presentaciones públicas, de los actos, de los accidentes, de las catástrofes, hay un mundo de calles, aceras heladas, trenes averiados, autobuses que se saltan las paradas o simples cigüeñas despistadas que adelantan su regreso.
La reflexión se acerca hoy a un tema tan social y socializante como el desayuno laboral de media mañana. Lo que en el mundo funcionarial llaman, sencillamente "el café" -que suele ser, por cierto, según las malas lenguas, uno de los principales motivos de acudir al trabajo-.
Tomar café -o té- (algunos se desayunan con un carajillo o con un doble de cerveza...pero bueno, esa es otra historia), se ha convertido en una extraña necesidad o en un ritual. Los anglosajones lo llaman break y sin duda es el kit-kat que ayuda a sobrellevar el día. A un tiempo, permite flirtear con los compañeros, a algunos hacer sus recados y a todos aprovechar para leer la prensa, o simplemente charlar un rato de forma amena y distendida fuera del agobio de la oficina.
Pero este break, en tiempos de crisis, se pone por un pico; y no están las praderas como para pastar sin control. Por ello, hemos decidido experimentar en el entorno de la "almendra central" de Madrid y acudir, por última vez, a uno de esos "templos" del desayuno donde hay más de recuerdo y de elegancia pasada y nostálgica que de certera calidad. No es el único espacio "privilegiado", pero sí uno de los más queridos por propios y extraños.
Hoy en día, el ejercicio del "café" se ha convertido en una suerte de tomadura de pelo generalizada, a la par que en un salto al vacío sin red. En tiempos de bonanza las casas se tiran por la ventana o se compran "a millón". Nada importa; los cigarros puros se encienden con billetes de quinientos y en esa tesitura, ¿quién escatima en tres euritos de desayuno?, incluso pagamos gustosos una entrada para ir a desayunar. Tan incomprensible como cierto.
Hete aquí que para realizar el experimento, acudimos a la cafetería del Círculo de Bellas Artes, en la madrileña Calle Alcalá. Magnífico caserón con luminoso y atractivo salón para desayunar-comer, amplio y que a pesar de todo ha conocido tiempos mejores. Primera prueba a superar: entrada. ¡¡hay que pagar entrada, sí señor!!...incluso para tomar café. Una suerte de ujier levitado te urge el pago del "canon" o peaje. Eso sí, la entrada te da derecho a ver las exposiciones...pero carajo, si lo que quiero es desayunar, no ver una exposición. No importa, 1 euro. Metidos en experimento, pagamos...y suma y sigue.
En el lugar de los hechos, un amable paisano se afana en ultimar unos cálculos. Ignoramos la razón de sus cuitas, mas fantaseamos pensando que está revisando la nota o cuando menos su economía doméstica. También ha pagado por entrar. Aquí ni literatos, ni folletineros, ni músicos ni paisanos se libran de pasar por caja (antesy después). Dantes y tomantes por la misma puerta.
Es momento de relativizar. Tomamos té y tostada. Dos personas...¡ah! y dos vasos de agua (sin hielo, faltaría más). Comanda tomada y servida. El té, Lipton, no es malo, pero tampoco es el placer de los overseas. Es con leche y la tetera amplia, llena de agua hasta la mitad, da para una taza y media. Con la leche, alargándola, casi se llegaría a dos. Pan de molde, paquetito pequeño de mantequilla y otro similar de mermelada...y se acabó. A la par que la comanda llega la nota. se aproxima más a los siete que a los seis euros. No daremos datos específicos: se trata de un experimento que podríamos haber hecho en cualquier otro lugar y con una diferencia, a igualdad de local, de menos de un euro.
Armados de paciencia y libreta, abordamos la parte final del experimento (que esta vez no consistía en invocar al Dios Sin-pa). Es un mero ejercicio de relatividad einsteniana. Se trata de fijar un universo de referencia y respecto a él, analizar la realidad circundante. Universo de referencia: el costo de los productos en el mercado. Realidad circundante: la nota de la comanda, refulgente en un papel que, además, no tiene valor como factura.
Menos de cuarto de litro de agua, dos bolsitas de té del montón (alto, pero montón), dos azucarillos de bolsa (de los de publicidad, que son más barateros), dos rebanadas de pan de molde, dos microtarrinas de mantequilla de 10 gramos y dos microtarrinas de mermelada de fresa de 30 gramos. Además, los susodichos dos vasos de agua. El precio real de los productos en el mercado (mayorista) es, aproximadamente de 0'30 €, lo cual deja un remanente de aproximadamente 5'70 € para pagar la luz de la cafetera, la luz y la calefacción del local, el camarero que nos ha atendido, lavandería, papelería, el cole de los nenes, etc. Dicho de otra forma, más del 95 % de lo que abonamos se destinará a otros gastos que no son los de la propia consumición ni los de los impuestos. Hablamos además del desayuno, lo que implica un uso del local de entre 30 y 45 minutos máximo -generalmente sin ni siquiera visitar el cuarto de baño-.
Realizado el acto de relativización y atendiendo al precio de los productos en el mercado normal, y no en las grandes superficies especializadas en la venta al por mayor donde se nutren, con precios especiales, restaurantes y cafeterías, por el precio de nuestro desayuno podríamos comprar: 1 brick de 1 litro de leche entera, una caja de 100 bolsitas de té y más de cuarto de kilo de azúcar. Todo ello nos permitiría desayunar casi un mes. Poniéndonos en el peor de los casos, si descontásemos la factura del agua, la limpieza, la luz, la calefacción...veríamos que aún así, por ese precio podríamos desayunar más de 15 días sin problemas. Algo falla. Es evidente.
Es el momento de la revolución del té. Aceptar, sin miedo, que pagar dos euros (de media) por un poco de agua caliente, servida a veces en teteras que no se lavan ni por error, una bolsita de hierba seca, un sobrecito de azúcar y una "miajina" de leche, es un robo y por encima de todo una tomadura de pelo. No importa si en Londres te cobran seis Euros o si en Noruega te cobran diez. La esencia es que nos hemos instalado en un mundo de fantasía en el que, a modo de cueva de Ali Baba, todo vale con tal de mantener a los Cuarenta Ladrones.
¿Que esto es un negocio?. Sin duda. Pero es un negocio mal planteado. Quizás sirva este tonto experimento para comparar los precios a los que Altamira (del Grupo Santander) está vendiendo las fases inmobiliarias en Seseña (65.000 €) respecto a los mismos pisos que hace cuatro años se vendieron por más de 200.000 €. La verdad lacónica y demencial no es que se pierda valor, la verdad es que los bancos y los ciudadanos usureros nos estaban estafando inflando un globo que, afortunadamente, ha reventado.
No hay tristeza en el especulador que se compró una fase de Seseña para venderla y con la diferencia del beneficio pensaba comprarse un chalet en la Sierra (pensando que Seseña era para obreros) y se ha terminado quedando sin chalet y haciendo equilibrios para no perder la vivienda adquirida. No hay tristeza en los bancos usureros que vendían hipotecas imposibles y que ahora se ven obligados a regular los precios acercándose a la realidad del coste de las promociones.
La verdadera tristeza es que si un desayuno cuesta menos de un euro en total, ¿cuánto costó en realidad un piso que ahora puede venderse -sin perder- por 65.000 €?. La verdadera tristeza es ver la cara de millones de gilipollas a los que un día tras otro nos han estado vendiendo -porque queríamos comprarlas- burras de colores.
La tristeza no es que el banco embargue la casa a alguien que la compró sin poder ni deber comprarla pues sabía que en caso de apuro no podría hacer frente a los pagos. La tristeza no es la familia que se embarcó en un chalet en la sierra del que ahora no puede pagar ni el gasóleo de la calefacción porque llegó a ella con el agua al cuello. La tristeza no es que los bares se vacíen de clientes porque se empeñan en mantener precios demenciales. La tristeza no es que la gente apriete la mano en el bolsillo tratando de no perder esa (única) moneda de euro que necesita para sacar un carrito en el supermercado donde comprar el embutido que rellenará los bocatas que se comerán en el pic-nic campestre del fin de semana.
La tristeza es que te cobren la entrada para tomarte un café; que te sigan cobrando siete veces más que su precio real por lo que consumes. La tristeza es que nos obliguen a pagar con nuestros impuestos los pufos de la banca (mientra ella mide sus pérdidas no porque pierdan realmente, sino porque gana menos de lo esperado). La tristeza es descubrir que desde que salimos a la calle vivimos en un engaño continuado que forma parte de un cuento de hadas que va camino de convertirse, si no lo paramos, en la peor de las pesadillas.
¡Un poco de agua caliente con unas hierbas secas no puede costar más de 50 céntimos de Euro....que ya son sus buenas 65 antiguas pesetas! Reivindicar esto es reivindicar la necesidad del reajuste de los precios y obligar a que se frene el engaño en el que la ilusión del mundo de Fantasía nos ha instalado.
La reacción es obligada. Desayuna en tu trabajo. Invierte en ello quince minutos y dedica los restantes 15 o 30 a pasear. Disfruta de la ciudad; mira el mar desde el puerto; asómate a la barandilla del puente y contempla el río pasar al tiempo que te preguntas. Si se trata de sobrevivir, pon en tu negocio precios ajustados a la realidad. Invierte en tus nuevos clientes cobrándoles algo menos del doble de lo que cuestan los productos que ofreces: en definitiva, si bajas tu margen de ingresos, multiplicarás los mismos, aunque te parezca incomprensible.