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La vida tiene momentos de pulsión y de descanso; reflexión e impulso, o como decía Eduardo Martínez de Pisón, de espasmo y marasmo. El sentimiento, que en esencia es una de las partes más importantes de la vida, sufre las mismas aceleraciones y deceleraciones, quizás derivadas, como las mareas, de la atracción de la Luna. Esta es otra forma -cariñosa- de decir que quien ama es un lunático.
Decía Don Arturo Mohino que la vida es, ante todo, un juego; un juego disparatado y cruel. Bryn Moody escribió una vez, citando a Don Enrique Alcaraz, ese mago de la lengua: "No te preocupes. Yo conozco el sistema. Tú pon ideas en inglés"...y en este caso yo, a la caza de una (no)new, debía ponerlas en español y tratar de meditar la lengua de Shakespeare lo justo para no entrar en la vorágine del mareo. Tratar de recordar cómo podía decirle a alguien: necesito que me ayudes...I need your help...y añadirle mentalmente un darling que me sonase solo a mí, o un dear, aún más profundo y quedo.
De eso deberíamos hablar: de ayudar. Ya nadie se acuerda de qué significa eso. La ayuda ha dejado de ser un terreno del sentimiento para convertirse en dos cosas detestables: un interrogante cibernético y un acto de caridad cristiana...porque, no se a qué carajo se debe que la moral judeo-cristiana -la misma de la otra mejilla y el ojo al cuadrado (ojo por ojo, vamos)- se ha tratado de hacer dueña de algo tan hermoso y universal como es la ayuda.
Hoy nos ayudamos poco; casi con más propiedad, no nos ayudamos nada. Estamos en el momento Titanic en el que se rifan los botes y si no andas listo te darás el chapuzón en agua helada más tiritante de la historia (de tu historia). Estamos en la base del egoísmo más profundo, aquél que niega la empatía por considerarla una debilidad, al tiempo que la promulga en las técnicas del coaching como instrumento de liderazgo. Incomprensible y estúpida paradoja.
Todos necesitamos ayuda. Todos podemos poner las ideas y todos deberíamos encontrar a alguien, a pocos metros de nosotros, que nos ofreciese su mano para cruzar un charco o el abismo más grande de nuestra vida. Pero no, lamentablemente vivimos en una nueva era histórica, la de Juan Palomo, esa en la que perdido está quien no sepa guisar y comer, si es posible, vigilando que nadie trate de rebañar nada de su plato: nada que no sean las migajas o las dos pequeñas monedas de latón que molestan en el monedero...
Hay quien busca esa ayuda en el sueño de un viaje a la desesperación del exilio. Hay eufemistas a los que les gusta llamarlos expatriados, aunque ellos suelen sentirse verdaderos refugiados y lo terrible es que no huyen sólo de la (su) miseria, del hambre; no buscan tan sólo nuevas oportunidades laborales, sino que huyen de la propia vergüenza de ser ellos mismos en un entorno que les conoció voyantes, en ocasiones derrochadores y7 petulantes, pero siempre afortunados. Algunos eligen la mendicidad extranjera porque les parece, simplemente, más digna que la mendicidad nacional, esa en la que un vecino puede reconocerlos o encontrarlos, pero sobre todo esa en la que uno, por el manejo del idioma, es capaz de entender lo que el que les ve como miserables pordioseros musita hacia sus adentros.
Los hay que sin ser mendigos, manteniendo sus trabajos, siendo aún privilegiados, también necesitan ayuda. No sólo para un proyecto, no solo para vivir, sino para recuperar la esperanza de la vida; en definitiva, para seguir teniendo cada día una excusa para seguir vivo, para no arrojar la toalla, para no rendirse.
Es en ese momento de zozobra en el que resplandece el milagro. No es un milagro cristiano; no es una intercesión divina; no es casual. Sencillamente ocurre. Aparece una mano que toma la tuya -o se muere en silencio por tomarla entre las suyas- y a penas sin palabras, te cruza una calle, o un abismo.
El mundo monocromo, de perfiles desdibujados y carentes de nitidez, de sombras en las que el tímido, el timorato, el prevenido espera encontrar siempre un enemigo, un aprovechado, se convierte poco a poco en un espacio nítido en el que la calidez de la mano amiga invita al destierro de la melancolía y al nacimiento de la esperanza. Jamás se debe perder la esperanza, porque su mera negación es la puerta abierta a la melancolía, al abandono, a la muerte.
Todo se acrisola entorno al círculo perfecto de un espejo que lo refleja todo; y su reflejo es la esencia de un mundo paralelo: y donde se espera encontrar la simetría de lo visto, halla el ojo la puerta mágica de Alicia, el mágico portón de los sueños y de nuevo, el sendero cada vez más cristalino que conduce a ese mundo esperanzado de las soluciones, de la alegría, de la bondad; ese espacio en el que todo es posible y que, no por haber sido mil veces negado, se ha convertido en utopía. Ese círculo especular de sentimientos conduce al amor, a una risa, a la palabra dulce, al desencuentro superado, al malentendido arreglado y en definitiva a la traquilizante sensación de que hay una posibilidad de escape hacia la felicidad. Quien lo lee con el corazón, lo sabe. Quien lo ve con los ojos del alma lo entiende.
En ese instante, cuando el desesperanzado mira de nuevo alrededor, en su entorno más inmediato, más allá del círculo cristalino de la esperanza, el mundo le devuelve una visión nítida, pormenorizada, definida, de cuanto antes se le antojaba descolorido, monocromo y fuera de foco. Aún podrán quedar espacios ligeramente desenfocados; aún podrán existir enormes espacios en gamas de grises, pero una nota de color, algunas partes definidas, traen de la mano la ventura de la dicha apenas soñada, siquiera esbozada.
Nada hay de pretensión en este photo(no)news de self-improvement o de self-help. Este ojo vio ese espacio de esperanza en un mundo en el que el sentimiento no es noticia y que cuando lo es, aparece tan prostituido y marchito que a uno se le revuelve el estómago. Entre la gente había una nota de color que hacía no olvidarlos, pero sí pensar en los problemas (priopios y ajenos) de una forma más relativa y esperanzada: existe un espacio reservado a la solución, tan solo consiste en poner las ideas y dejarse tomar la mano, sin temor, sin miedo, sin prevención por aquél que te entrega confianza y que conoce el sistema Quizás esta mano, esta vez, nos ayude a cruzar el abismo.
Todo consiste en mirar de nuevo al frente, centrarse en los colores, desaturarlos y fijando la mirada, tratar de descubrir si entre toda esa gente estarán los labios que te ayuden a decir lo que no puedes decir, la mente que te ayude a interpretar lo que no eres capaz de entender, el cuerpo en en el que descubrir la pasión que pareció quedar encallada en un océano de recuerdos, la sonrisa que se lleve la tristeza, los ojos que borren la melancolía, las palabras que te den el ánimo suficiente para seguir persiguiendo un sueño...o simplemente la mano que te ayude a cruzar este abismo que llamamos vida...¿no crees?. Simplemente creo que esa persona está ahí.