La segunda transición
(C) Czuko Williams. June, 2 2014. Thousands of people claim in Madrid for the Third Republic
Nada es casual. La política, como las cuestiones de Estado, jamás se deja al albur de lo casual. Por el contrario, su dinámica es causal, creando efectos que, a la larga, determinan el devenir de la Nación.
Su Majestad el Rey de España parece haber tomado, de forma causal, una decisión que parece más meditada por su gabinete y por Presidencia que por él mismo. Una monarquía constitucional es esclava, en cierto modo, del Gobierno que la sustenta.
(C) Czuko Williams. H.R.H. The Prince of Asturias, Don Felipe de Borbón, will be the new Spanish King
“La abdicación se presenta, prospectivamente,
en el menos malo de los peores momentos”
En esta última cuestión radica la realidad de la sorpresiva –que no sorprendente- abdicación de Juan Carlos I de España. El Gobierno, presidido por Mariano Rajoy, ha sacado rápida lectura de la debacle electoral del 25 de Mayo. El giro a la izquierda, y sobre todo la aparente amenaza de ruptura del Sistema bipartidista, han encendido las alarmas de los paneles de control del Estado. La debilidad manifiesta del Partido Socialista y el batacazo del Partido Popular no son sino un reflejo fiel de lo que aconteció, en los estertores del Antiguo Régimen hace más de ochenta años, con el biturnismo de conservadores y liberales.
Mientras los Socialistas españoles se debaten en un interminable tránsito hacia la renovación, los conservadores, cada vez más escorados a la derecha y al nacional-catolicismo, zozobran tras ser alcanzados por las cargas de profundidad de la corrupción y los escándalos más variados y diversos. Escándalos que, además, presentan visos de sistémicos, tocando por igual a políticos de todo pelaje y color e incluso afectando, de lleno, a la Familia Real.
La abdicación se presenta, prospectivamente, en el menos malo de los peores momentos. El futurible es incierto. La irrupción del voto descontento y de castigo, más allá de haber aupado a Pablo Iglesias, ha escorado más la nave del Estado que ahora, con pocas dudas, amenaza hundimiento. Desarbolada, con la Santa Bárbara en llamas y la marinería rebelada, la nave España aproa más allá del temible Cabo de Hornos. Para algunos, en dos años, España podría ser ingobernable y es por ello que la nave precisa de un Almirante capaz. Los hijos de quienes vieron esa capacidad en Don Juan Carlos lo ven ahora decrépito y cercano a la incapacidad. Su hijo, por sucesión natural, por muy poco didáctica y trasnochada que resulte en el siglo XXI, se presenta a todas luces como el único guía que unifique los sentires populares. Por ello, sin prestar atención a las vías de agua ni a los fuegos que amenazan con arruinar la singladura, los “Pater Patriae” han decidido montar en la nave al sustituto eficaz. Se empeñan en seguir mirando a Don Felipe como el eterno novio que todas las madres de España querrían para sus hijas. Tiempo habrá para que las ascuas de la Santa Bárbara chamusquen los armiños de Príncipe Valiente. Si monta en la nave sin solicitar el beneplácito de su tripulación, bien podría estar presto a comandar más la Bounty que la Santa María.
Es por ello que el Gobierno, con la audaz Sáez de Santamaría y su aparato de inteligencia, han sabido aconsejar a Su Majestad el Rey, que abandone la nave cuando aún puede salvar el pabellón bicolor. El mantra público se ha situado, visualmente, en lo “juvenil” y la figura de un viejo Rey, atado de algún modo al Régimen dictatorial de Francisco Franco y cazador de elefantes entre otras fieras, no encaja para nada en esa Nueva España con aroma de coleta, desenfado y bandera tricolor.
Es por ello que ante la debacle, el capitán al mando de este Titanic redivivo, ha decidido tocar a generala. Con 185 diputados en la bancada azul, Don Mariano se asegura una votación holgada que salve a la Monarquía Española y por ende, se asegura ser él mismo el valedor de esta salvación. Además, el instinto conservacionista hispano ha llamado ya al orden a las fuerzas democráticas para recordarles, a través de la Prensa Nacional, lo que la Nación debe a Su Majestad y a la monarquía. El panegírico regio se centra en la loa sin tapujos al papel jugado por el Rey en la “creación” de la Democracia española. Como en lo velorios, se magnifica la virtud obviándose la tara y el defecto.
“las enseñas tricolores son portadas no por catervas de ancianos represaliados,
sino por gentes jóvenes –una nueva generación- que anhelan un verdadero cambio”
Olvidan los panegiristas que en España ya hubo otra democracia. La misma que decidió que el abuelo de Su Majestad se viese en la imperiosa necesidad de preparar los fardos y partir rumbo al exilio; el mismo al que luego, su “regente in pectore”, el General Franco, mandaría a decenas de miles de republicanos como pago a su afrenta. Olvidan los panegiristas amables recordar que la democracia, más allá de mayorías, debe su palabra al Pueblo y que preguntarle, ante situaciones de tal trascendencia como la que nos ocupa, no implica más que un acto de trasparencia y madurez democrática. Madurez que demostraría el mismo Don Felipe si solicitase al Gobierno, personalmente, la celebración de un referéndum. Madurez y libertad, dos palabras que parecen, no obstante, conjugar mal con una vieja Institución como es la monarquía.
(C) Czuko Williams. A crowd celebrate the abdication of the Kin of Spain and claim for the Third Republic
El Partido Popular tiene asegurada la holgada mayoría absoluta que necesita para sacar adelante la Ley Orgánica que dé paso a la sucesión monárquica. Sabe que si se sitúa en el peor de los escenarios, la monarquía puede estar herida de muerte. Su análisis, acertado, le ha impelido a quemar el último cartucho bajo la esperanza de que una renovación generacional permita al pueblo ver a la monarquía con otros ojos y de paso olvidar los viejos trastos. No hay duda de que tanto Don Felipe como Doña Leticia presentan una imagen más juvenil, pero las dudas son mayores respecto al sentimiento general de la calle. A este respecto, en los últimos tres años, se han multiplicado las escenas de apoyo a la República y algunas de las fuerzas políticas que plantean un revulsivo al bipartidismo abogan abiertamente por la apertura de un Proceso Constituyente. La amenaza está ahí y un día cristalizará porque las enseñas tricolores son portadas no por catervas de ancianos represaliados, sino por gentes jóvenes –una nueva generación- que anhelan un verdadero cambio y que reclama, como el mismo Rey ha dicho “el papel protagonista para afrontar con renovada intensidad los desafíos”. Si Don Juan Carlos pensaba en su querido hijo, queda por ver en quién piensa el Pueblo. No hay otro modo de saberlo que preguntarle.
(C) Czuko Williams. A young man waves a Republican flag during a demonstration in Madrid
“Nada es casual. La política, como las cuestiones de Estado,
jamás se deja al albur de lo casual”
El Gobierno se mueve con un margen estrecho. A poco menos de un año de las Elecciones Generales, que se presentan reñidas, los anuncios sobre la creación de un pacto político que garantice la viabilidad del Estado blindando el bloque bipartidista, han chocado con la revuelta socialista que, desde sus bases y sus Juventudes, reclama a la Federal, también la apertura del “melón” constitucional.
El Gobierno, fiel al ya tradicional lema, pretende dejar todo “atado y bien atado” y garantizar así una segunda transición que evite males mayores. A este respecto, lejos de alborotos y de previsiones negativas, no parece estar la gente a menesteres Constitucionales ni a peticiones de cambios del modelo de Estado. Parecen ser otros los problemas que se le presentan. No deja de ser cierto que ha habido multitudinarias manifestaciones públicas a favor de la República, pero tampoco lo es menos que estas manifestaciones han sido igual de numerosas, cuando no superadas, por ejemplo por las victorias de la Liga y la Champions League de este año. Este es un dato que debe tenerse muy en cuenta para evitar caer en las cuentas de la lechera o, peor aún, en falsas esperanzas de cambio. Pero esto no impide que se le deba consultar al pueblo sobre tan trascendente cambio. La ausencia de consulta, promulgando el acto sucesorio en virtud de una Ley Orgánica, lejos de acertada sería una torpeza mayúscula. La ausencia de consulta popular podría multiplicar la sensación de continuidad medieval de la Institución Regia y esto a su vez podría convertirse en el altavoz del descontento. La sucesión monárquica por Ley no garantiza que mañana, en la zozobra política, otra Ley decida la supresión de la monarquía. Más difícil resultaría eliminar la Institución, por Ley, si el Pueblo se ha manifestado a su favor en un plebiscito. Sin duda, la imposición de la monarquía hoy, puede significar su próxima eliminación a golpe legislativo en virtud de ese sentimiento republicano que, es indudable, parece circular por las venas de una parte de la Nación.