La otra lectura electoral en la Península Barataria
(C) Czuko Williams. Huelga de Educación. 29 Febrero 2012. Madrid
Los resultados de las elecciones al Parlamento Europeo celebradas el 25 de Mayo de 2014 pueden dar lugar a diferentes lecturas. Por un lado, la lectura triunfalista de los vencedores –sea esto lo que sea-, que ven perpetuado, cinco años más, su modus vivendi. Por otro, el de los perdedores –visto bien, los partidos a la zaga- que se ven con futuras opciones en el panorama político. Por último, la masa. Es esa masa, que por lo general pasa desapercibida, la que más debe interesar al político en ciernes y la que, a pocas horas de los resultados, más me interesa a mí.
Los medios de comunicación no se cansan de vocear la irrupción del Candidato estrella y el meteórico recorrido de su agrupación “Podemos”, creada en Enero de 2014, legalizada en Marzo de 2014 y convertida en cuarta fuerza política en Mayo de 2014. Aún deberemos ver sus opciones, si bien es cierto que, aglutinando un pensamiento de izquierda pausado –sin menospreciar el radicalismo popular que exige la calle- y jugando bien sus cartas, podría ser una sorpresa coaligada que dé un vuelco al panorama político español que hemos conocido y sufrido hasta ahora.
(C) Czuko Williams. Madrid. 23 Mayo 2014
Lo que me interesa, como decía, es centrarme en la otra lectura electoral; esa que se obvia, que suele pasar desapercibida y a la que casi ningún analista político le dedica el espacio preciso.
En España, con un universo elector de 36.546.270 almas, los verdaderos resultados de las elecciones europeas han sido muy diferentes. 15.920.815 personas han decidido ejercer su derecho a voto desplazándose hasta los colegios electorales. Por su parte, un número bastante superior, 18.810.754 (54'16%), han decidido ejercer su derecho a quedarse en su casa y conformando el que podríamos denominar Partido “Me abstengo/Me la suda”.
Los resultados del "reverso" electoral se desgranarían entre los partidos “Me abstengo/Me la suda”, que habría aglutinado a 18.810.754 electores (54'16%) y las formaciones “Partido de la nulidad”, con 290.189 votantes (0’79%) y el “Partido Blanco” que habría conseguido reunir a 357.339 electores (0’98%). Esto es, el 55'93% de la población española pasa por completo de la política actual, al menos en el panorama Europeo. Podría ser que la misma Europa les importase un bledo. Curiosamente, de ese amplio porcentaje, no más del 1'77% ha decidido que merecía la pena desplazarse hasta el Colegio Electoral más próximo para hacérselo saber a los políticos. Por el contrario, el 54'16% considera que los políticos y sus políticas no merecen siquiera ese gasto de energías del desplazamiento. Interesante.
De este modo, el resultado definitivo de las Elecciones al Parlamento Europeo, con más del 99% del voto escrutado, señalarían la inequívoca y aplastante victoria del Partido “Me abstengo/me la suda”. El panorama de fuerzas políticas españolas quedaría dibujado del siguiente modo, a efecto de inventario para los próximos comicios:
Partido Me abstengo/Me la suda: 54'16%
Partido Popular: 11’14%
Partido Socialista: 9’8%
Izquierda Plural: 4’27%
Podemos: 3’40%
Partido Me la suda: 3’2%
UPyD: 2’78%
La lectura real poco tiene que ver con los resultados que los mass-media nos ofrecen y que, en todos los casos, obvian esta realidad preocupante en la que más de la mitad de la población con derecho a voto en España muestra, silenciosa pero democráticamente su descontento y desconfianza con el sistema político actual.
Fuente: El País y elaboración propia
El resultado es impactante. Actualmente, ni la peregrina unión de todas las formaciones políticas del panorama político español podría superar a la masa descontenta. El Pueblo se demuestra la fuerza política más importante y señala que quien sepa aglutinar su descontento, amén de la defección de aquellos indecisos que han votado a otras alternativas exóticas, se hará con el poder absoluto del país.
En España vencen el cabreo, el descontento, el hartazgo y la decepción. La sociedad española está a otras cosas y no se siente representada por el panorama político actual. Está claro, además, que desea acciones, que quiere movimientos, resultados diferentes y sobre todo que quiere nuevos aires. No se puede explicar de otro modo la irrupción meteórica de Podemos. Y esperemos que no sea realmente meteórica su carrera, entendida como fugaz.
Es aún más importante ver que formaciones como Podemos, así como algunas otras de las opciones minoritarias surgidas en los últimos años, como el Partido X, VOX o Primavera Verde, aglutinan el sentimiento que se manifestó en toda España desde el 15 de Mayo de 2011. Un sentimiento que bajo el grito “¡basta ya!” señaló a la casta política hispana que el Pueblo está hasta los órganos genitales de su gestión, de sus chapuzas, de su bien vivir, de su continuo dar la espalda a la realidad de la calle.
España demuestra que está a otra cosa. Es el momento de que los políticos audaces sepan valorar esta situación. Los escenarios que se abren son diversos. Algunos más optimistas que otros.
Alejándonos en el tiempo y el espacio y despertando a los viejos fantasmas del pasado, encontramos casos que llaman a la reflexión. Este es el caso de Alemania, país con mayor número de electores y con porcentajes de participación siempre por encima del 75%.
En este caso, después de la Primera Guerra Mundial y hasta los comicios de 1928, el panorama político se repartía entre 4 grandes partidos (SPD, USPD, DNVP y Zentrum). Los índices de participación fueron disminuyendo, del 80% al 75%, aumentando las abstenciones hasta que en 1930, la participación se dispara al 82% e irrumpe como segunda fuerza política y partido revelación el NSDAP de Adolfo Hitler, apoyado por el 18% de los electores. Dos años después, en las parlamentarias de 1932, el NSDAP se convierte en la primera fuerza política del país. Desde ese momento, los índices de participación se disparan hasta casi el 90% del electorado hasta los comicios de 1933 –con una leve caída al 81% en 1932-. El resto de la historia ya lo conocemos todos.
En España, con datos de participación muy pocas veces por encima del 60% del electorado, el panorama fue en cierto modo similar. Tras la hegemonía secular del biturnismo (una suerte de bipartidismo en el fondo) que alternaba los gobiernos conservador y liberal, en 1923, con tasas de participación del 40%, irrumpen nuevas opciones políticas…entre ellas el PSOE, que aglutina un modesto 1’71% de los votos. La situación indicaba claramente la ruptura del sistema político clásico y así, en 1931, con un estallido de júbilo habitual en estos casos, el proceso electoral destruye el biturinismo y aúpa a la cabeza al PSOE y al Partido Radical, al tiempo que se multiplican de forma exponencial las pequeñas singladuras políticas. En 1933, en un intento de reconstruir el modelo anterior, la confederación conservadora (CEDA) obtiene el poder con un 24% de los votos válidos. El 1936 el descontento lleva a un panorama similar al biturnista en el que las dos grandes fuerzas políticas nacidas del proceso republicano (PSOE y CEDA) pelean por un margen del 2’3% de los votos en un clima cada vez más enrarecido y en el que la calle (muchas veces de forma violenta) se muestra descontenta con el sistema. El final de esta historia también lo conocemos.
(C) Czuko Williams. Paseo del Prado. 14 Noviembre 2012. Huelga General. Madrid
No hay validez absoluta en las extrapolaciones. El pasado y el presente pocas veces son intercambiables. Pero no debe obviarse que el presente no es más que el futuro del pasado; lo que lo compone son los hechos del ayer. Por eso resulta tan necesario atender al pasado para conseguir construir el futuro. La opción que nos ofrece este ejercicio es, al menos, la de saber qué caminos no transitar.
El resumen es sencillo. Tras una grave crisis, surge el descontento popular que se caracteriza por el descenso en la participación electoral y por el mantenimiento –casi enfermizo- de los viejos poderes políticos. Después, surgen movimientos meteóricos que disparan la participación y rompen el espectro político conocido. El resultado final no tiene por qué conducir siempre a guerras, ni a revoluciones. Lo que es indudable es que siempre desemboca en cambios. Y ese es, nos guste o no, el escenario actual y, de forma prospectiva, el escenario futuro al que nos dirigimos. Ojo al dato.