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Perdidos en la confusión- Lost in confusion

Madrid alberga una pléyade de ciudadanos y visitantes alocados; viajan por los cuatro puntos cardinales de la geografía urbanita a velocidad forzada, quemando el combustible fósil y viviente de los motores de explosión de sus vehículos y de sus piernas.

La urbe centralizadora de sentimientos y sentidos alberga también una miríada de seres humanos que viven sumidos y perdidos en la confusión. Confusión de calles, de paisajes, de rostros -los mismos que cada día les observan con curiosidad, con complacencia, también en ocasiones con desprecio o miedo-.

La peculiar situación económica de este jardín de asfalto que ahoga cualquier brote verde ha multiplicado en los últimos meses la eclosión pre-primaveral de este conjunto de seres despistados, confundidos, valerosamente despegados de este mundo de "cuerdos" que vuelve loco a cualquiera. Su miseria es el espejo fiel en el que nos miramos quienes pensamos tenerlo todo, o casi todo; el estanque en el que se miran, antes de caer al vacío, quienes se sienten confiados porque jamás se verán en esa misma situación.

Unos beben, seguramente como decía Saint-Exupéry, "por vergüenza de beber". Otros deambulan, sencillamente, por la prisión gris que les circunda, sin duda para ellos poblada de locos. Los más dormitan en callejas, portales, estaciones de metro o de ferrocarril, pero sobre todo pernoctan, de prestado, casi a hurtadillas de la sociedad -por no importunarla- en los amplios portalones de lo que antaño fueron magníficos cines, opulentos comercios o elocuentes locales. Hoy, estos espacios, como quienes los habitan, no son más que un remedo de la ruina. Una suerte de corifeo de la crisis que unos negaron y otros no supieron o no saben abordar.

Ellos, nosotros, todos juntos -pero no revueltos- viajamos en el mismo buque. Las máquinas ahora resoplan y queman sin pudor combustible y embocan con frenesí las olas camino, invariablemente, del primer iceberg que dibuja el horizonte.

El choque es inevitable. El cambio de dirección, con tanta premura de tiempo, imposible. La caña del timón no tiene capacidad de respuesta pero, lo más doloroso es que a estos seres que miramos con compasión, con prevención, con complacencia, a veces con desprecio o miedo, pero siempre con hastío, el agua que nos ahogará, a ellos ya les llega por encima del cuello.

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